Ernesto Rodríguez Vicente
Octavio Paz
Las masas humanas más peligrosas son aquellas
en cuyas venas ha sido inyectado
el veneno del miedo... del miedo al cambio.
El deseo enamorado.
Bajo las luces de la ciudad, en los cruces de caminos, en las casas abandonadas,
en los soportales, en las paradas de autobús, en las montañas, en los escenarios, en el
mar, en las azoteas, en el desierto, entre la muchedumbre y hasta en el cementerio, el
deseo recorre las tácitas líneas del tiempo y con la vehemencia de un roedor, invade
infinitas esencias encerradas en distintos cuerpos. De su inabarcable expansión,
vanamente contenida por la imaginación de los hombres, se abren nuevas e inevitables
vías de crecimiento, cuyo desarrollo provoca funestas obstrucciones en el corazón
humano. Dichas obstrucciones son lo que conocemos como miedos o, digamos,
prejuicios, los cuales no necesariamente son un impedimento para el ejercicio de la vida.
Si bien es cierto que la vida está llena de cambios, generados por el deseo, y que aceptar
esos cambios tal y como son podría ser la forma ideal de vivir sin preocupaciones, pero
la verdad es que no podemos desechar el miedo porque sin su actuación podríamos llegar
a perder literalmente la cabeza.
Para explicar esto creo necesario describir cómo se realiza el acto de amar. Para
empezar hablemos de
amar como construir, digamos
el amor artificial. Amar en este
sentido conlleva sufrimiento, un sufrimiento producido en el pensamiento, ya que pensar
deliberadamente es tratar de saber qué y cómo amar, y esto no es una fácil tarea. Sufrimos
por el reflejo de lo que se ha construido o se va a construir, por tanto se puede sufrir por
el Otro en la medida que éste se refleja en nosotros. El hombre solo es feliz cuando ama,
no poder amar (construir) es ser infeliz, es decir, causa generalmente infelicidad. Amar la
infelicidad consiste en restringir la potencialidad hasta el punto de querer suicidarse; para
dejar de ser infeliz se destruye o se aleja del pensamiento
un poder amar, construir (que
no sabemos o no queremos realizar), o se logra seguir amando el mismo objeto potencial
gracias al pensamiento. Cuando el deseo se enamora, el sujeto pierde su integridad para
convertirse a la del Otro: construye, sin tener nada más en cuenta, en función del objeto
de su deseo, que puede ser animado o inerte. El deseo busca el cambio y el miedo busca
mantenerse. Cuando el deseo se enamora, se pierde el miedo. Y cuando el miedo se
enamora, se pierde el deseo y se construye a partir del miedo: se construye para mantener.
Por ende, amar artificialmente consiste en construir para cambiar o para mantener, se sea
o no consciente de esa finalidad. Pero, según mi opinión, amar bien no es saber amar
artificialmente en todas las posibilidades, sino saber amar para mantener o para cambiar,
y también, saber elegir el sentido o la finalidad por la que se ama. El otro tipo de amor se
define por la sentencia amar es admirar, lo que yo llamo
el amor natural. El amor natural
es independiente, cualquier cosa puede ser objeto de admiración; amar naturalmente solo
es prestar atención a algo concreto o abstracto, por ello, el amor natural es algo que se
realiza siempre y no puede generar sufrimiento, pues el sufrimiento es un objeto del amor
natural. Amar bien es, entonces, saber amar artificialmente aquello a lo que dedicamos