Ernesto Rodríguez Vicente
Ella caminaba con los pies descalzos por la calle. Solitaria y blanquecina, posaba su mirada sobre las sombras de la noche. Sus labios sonreían con una timidez casi nostálgica y sus manos frías temblaban con el deseo de su presencia. Él, turbado y sorprendido, recorría la casa rebuscando en los armarios las últimas prendas para el viaje. La hora se oxidaba en el reloj y el estrés ascendía por sus pulmones, mientras ella se mordía la lengua para que la sangre calmara su sed.
No había por qué preocuparse, el viento soplaba a favor y, en el clamor de la distancia, sus almas dibujaban en el vacío el mágico momento en el que sus cuerpos se enlazaran como dos olas de espuma en la orilla del mar. Un breve silencio se extendió entre los corazones de los amantes y el pulso de arena se transformó en un río en el desierto, y en la corriente de cristal sus miradas de vapor viajaron en la oscuridad hasta la ciudad de plata, donde la sidra empapaba las plazas que esperaban la llegada del alba.
Y cuando el café y los dulces saciaron sus párpados nublados, el viento de sal y esperanza les encaminó hacia la playa de canela. Allí la húmeda luz del tiempo embriagó sus resecos pesares y un leve pero intenso suspiro atravesó sus temblorosos espíritus, y en un beso de incienso y ambrosía se deslizaron en el aire todos los recuerdos, olvidando en un instante la cruda pesadez de la muerte.
Paisaje – Paseo marítimo, Gijón.
Susurra la sombra de espuma
Alrededor de la ciudad de plata
Y mueve con su voz desnuda
El tenue fragor de la luz escarlata
Peinan las olas los cabellos de agua
Y las aves sesgan el viento
Brillando como blancos cristales de hojalata
Que tintan de olvido nuestro silencio
Límpidos, límpidos son los resquicios
Que la mar deja en tu mirada
Y el tiempo que se asoma al precipicio
Camina descalzo en mis palabras
Su voz
Cerezos de papel cuelgan de las ventanas,
sus frutos son perlas de sangre
que brillan al Sol cristalino
y sus flores, como estrellas perfumadas,
iluminan el aire triste y tembloroso.
Surcan los cielos hombres descalzos,
cuyas sombras invisibles forman pálidas nubes
que ocultan sus pasos silenciosos,
mientras se agita en la noche la tormenta
y vibran sus almas de vapor
entre azulados relámpagos de leche
que se alejan como telas de araña
en el viento dulce y violento.
Mas el sueño gira en el huracán azucarado
y el amargo café se llena de espuma
y se eleva el mar de canela
inundando la tierra prometida.
Y ya sus manos acarician la nieve
que cubre el rostro sucio y solitario,
y ya sus labios se derriten
y se funden a la orilla del deseo
y su voz, como un suspiro de agua,
se sumerge en el fondo de mi corazón.
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