Un saco de deseos llamado hombre.


Erase una vez un hombre que por amar y no ser amado, acabó dedicándose a amarse a sí
mismo.

Únicamente, a sí mismo.

Y así ese hombre se levantó, como si el ayer no hubiese existido. Mas él bien sabe, que el
pasado está presente; y tan pronto como abrió sus ojos y miro por la ventana el ambiente
primaveral, siguió sintiéndose solo; y cada vez, con más ganas de emprender su gran odisea.

Mientras la música acariciaba sus sentidos, analizaba minuciosamente sus sentimientos. Se
sentía extraño e incompleto; un tanto inútil e inoportuno. No paraba de pensar que, si todo
esto ocurría, fuera por un destino desgraciado, o simplemente, no un destino, sino que su
propia existencia lo fuera. El tiempo, que recoge las malas hierbas, parecía que, en su caso, las
hacía más grandes y fuertes. Así seguía la vida de este hombre; luchando, día y noche, por
tratar de arrancar esas malas hierbas, y poder tumbarse al sol, sobre el césped mullido, a
disfrutar del instante.

Sin embargo, su malestar no desaparecía. En su interior crecía una sensación de vacío, que
trataba de devorar el poco bienestar que le queda. De nada le servía contar los días, las horas y
los minutos, pues ese agobio no desaparecía. Sabía cuál era la causa, y también la solución; El
hombre, buscando la cura, y mientras esta, sujeta en un cuerpo sumamente espléndido. Una
cura majestuosa, que lindaba entre curvas y arpegios de belleza. Ese hombre, que padece de
una locura crónica, ¡Dichosa pasión amorosa! y la mujer, que se previno de tal catártica
enfermedad.

Cuanto que pensar, y tan pocos momentos lúcidos, en los que el hombre pudiera reflexionar
acerca de la manera de seguir en pie, con una sonrisa. Todo había muerto para él, y como
consecuencia de esto, no veía ningún sentido en seguir viviendo donde vivía, y seguir haciendo
lo que hacía. La llamada cada vez era más fuerte, y el reclamo retumbaba en la cabeza de este
pobre diablo.


Así, los días pasaban, y el único placer colorido que había encontrado entre tantas montañas
grises; la única cura que le salvaría de tal tormento, el beso de su musa. Tantas veces habló
con ella, y tantas deseó no haberlo hecho. Las palabras, muchas veces le traicionaron, y ahora
confuso, está pensando en tragarse la lengua.

Cuando, en momentos pensaba que decir, más bien debería haber hecho. Tantas migrañas en
la cabeza, tantas posibilidades inconclusas; tanto arrepentimiento y tanta culpa. Cuantas veces
le preguntaron, y tantas que respondió sin solución alguna. Cuando, lo que ese hombre
buscaba humildemente, era un beso.

Un beso que aclarara tanta confusión y tanto desperfecto interno. Tanta duda y caos, que no
hacían más que alterar el estado de ánimo de este romántico. Tantos le llamaron loco; ¡Por
pedir un solo beso! Y tantas horas pasó en ningún sitio; tantas horas pasó el cuerpo en la
habitación, más su alma ya estaba lejos.


En ella, encontró la inspiración, en sus ojos, el alivio, en su voz, la calma; más en sus labios, no
encontró el placer. ¡Maldito hedonista! ¡Ese placer no te pertenece todavía! Pues ese hombre
sigue escribiendo prosa maldita, en honor a esos labios que, por cobardía, o quizá por
templanza, no se atrevió a besar.

Y bien, el martirio sigue sus pasos, incluso cuando la muerte ha cedido ante sus maldiciones.
Un hombre, si algo queda en él de hombre, que tenía pequeñas aspiraciones.

Ahora, este hombre, no busca, no encuentra. Sumergido en su propio espíritu, trata de amarse
a sí mismo, como si fuera el único punto de apoyo que le quedara, para seguir mínimamente
cuerdo. Parece mentira que, de un hombre fuerte, quede semejante cúmulo de calamidades.

Pasados ya, infinitud de suspiros, cuando el tiempo destape las luces, el mundo verá la
desdicha de un hombre refugiado en su mierda; un hombre, sin un halo de vida ni un color
cercano a ella; tan solo verán un brillo en sus ojos, que nunca terminará de apagarse; pues es
el pequeño destello que le mantiene vivo. La chispa, causa de un deseo, una pasión que da
calor a su cuerpo, y que mantiene encendido el fuego de la voluntad de un hombre.

Un hombre, que quiso ser amado, y tan solo logró amar, aquello que preferiría no haber
deseado:

El deseo.

Pablo Supertramp

1 comentario:

  1. -Erase una vez un hombre que por amar y no ser amado, acabó dedicándose a amarse a sí
    mismo.- Joder me encanta tio, lo he vuelto a leer después de un par de meses y joder me encanta.

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