De la vulgaridad primitiva del hombre medio español IV.

Cultura de bar es la forma inacabada, torpe y genuinamente ingenua que adopta la cultura
cuando de ella se apodera el hombre medio, siempre que al proceso de construcción de la
identidad de la nación -construida desde la mediocridad- se le sume la necesidad psicofísica
de 'echar un trago'. Es decir, la forma de cultura típica que florece en un país en el
que el hombre medio, aún en la comodidad que le confiere la ausencia de
responsabilidades, tiene que enfrentarse en su vida cotidiana con innumerables fuerzas
externas que recibe como extrañas y hostiles y contra las que reacciona; a veces la familia,
otras los apuros económicos, otras ese dolor punzante en el costado que algún día debería
consultar con su médico de cabecera, otras, las más de las veces, un trabajo mecánico,
enajenante y simple hasta la saciedad que lo reduce a función agotando toda posibilidad
de manifestación de su personalidad interna. Y llega al bar, tras un día agotador que se
parece demasiado al anterior -y al anterior, y al anterior...-, junto a los suyos, sabiéndose
por fin liberado de tantísimas ataduras. Sólo hasta el día siguiente.

El bar -el bar español, se entiende- se convierte entonces en el ámbito propio de los
lugares comunes del hombre medio. El bar es para el hombre medio confesionario, cátedra
y patíbulo en un mismo tiempo; el lugar donde se siente verdaderamente él, es decir, yo
individual-social -yo que se cree individual y libre pero cuya libertad realiza ajustándose,
inconscientemente, a la norma social-, el lugar donde quitarse la máscara y desvelarse en
su verdadera identidad, el lugar donde opinar sobre todo aquello de-lo-que-no-convieneopinar,
donde juzgar sobre lo-que-no-debe-ser-juzgado, donde aconsejar a los que no
piden consejo y donde recomiendan los que más deberían callar. Si alguien está
verdaderamente interesado en conocer los rasgos esenciales de la configuración anímica
y física del hombre medio español, esto es, si se tiene un interés científico en su persona,
que entre en un bar: allí es donde el hombre medio español se desata en todo su ser
mediocre y español, que no mediocre porque español ni español porque mediocre, no
caigamos en la asociación fácil.

El bar constituye en sí mismo, con cierto aire aristocrático, una sociedad secreta. En el
bar el hombre medio se junta con los suyos y confabula contra los otros; es el lugar del
apartamiento por el apartamiento, el no querer estar con los otros por sentirlos como seres
inferiores. Es ésta una motivación aristocrática que fortalece profundamente la conciencia
de grupo del individuo y su posición dentro y fuera de éste, sabiéndose superior y especial.
Y en estos grupos el secreto se emplea como medio para no compartir nada con los demás,
como expresión del deseo de no querer compartir nada con alguien ajeno al grupo y por
tanto inferior. De lo que sucede y de lo que se dice en un bar, nada sale al mundo exterior.
En Zalacaín el aventurero dice Pío Baroja -paradigma del castizaje español- describiendo
al viejo Tellagori: "Punto fuerte en la taberna de Arcale, tenía allí su centro de
operaciones, allí peroraba, discutía y mantenía vivo el odio latente que hay entre los
campesinos por el propietario." Y en Rebelión en la granja de George Orwell leemos

cómo el granjero Jones pasa los días y alivia las penas en la taberna, cómo busca en ella
refugio tras la revuelta de los animales y cómo los campesinos se reúnen allí para
comentar sus cosechas, celebrar sus éxitos, razonar sus fracasos -a veces-, y maquinar sus
conspiraciones.

Si no es el fenómeno social más característico y peculiar de la sociedad española, está
muy cerca de serlo. Pese a ser un fenómeno generalmente rural también en las ciudades,
incluso en las grandes ciudades -en las zonas más periféricas, sobre todo-, hay un puñado
de bares con un puñado de parroquianos que acuden asiduamente a refrescarse el gaznate
y calentarse la cabeza. España es un país con una cultura de bar, quiera esto verse de
modo despectivo o no –note el lector que en ningún momento me he referido o me referiré
al alcohol o a la borrachera; no es eso, no es eso…-. Me limito, tan solo, a describir un
hecho que vengo comprobando desde hace tiempo. Y puede deberse quizás a que en
España necesitemos de sabernos cerca de los nuestros, alejándonos del trabajo, familia y
preocupaciones cotidianas, o que precisamente en el bar -con el repertorio de actividades
y costumbres que lo dotan de contenido social: vermú, noche de copas, comidas, partidas
de cartas, deportes televisados, lectura de periódicos o revistas, charlas, reuniones,
entrevistas...- es donde más y mejor, como he apuntado arriba, nos desvelamos como
realmente somos, sin miedo a fuerzas externas que vengan a usurpar nuestra identidad
personal y a hacer un uso abusivo de ella.

Puede que el problema de nuestro tiempo, que es el problema de nuestra cultura y además
la crisis de nuestras formas vitales y sociales y de nuestras más vastas disciplinas, sea el
apoderamiento de la cultura de bar y del hombre de bar de todo aquello cuanto, en otro
tiempo, fue digno de elogio nacional y admiración internacional. Quizás la política se
haya convertido en política de bar, la ciencia en ciencia de bar o la literatura en literatura
de bar y por eso que todos nuestros políticos, nuestros científicos y nuestros literatos sean
incapaces de reconocer su ignorancia -no hay más tonto que quien no quiere saber-.
Quizás, sólo quizás, sea esta la razón de la especialización técnico-científica -o aquélla a
causa de ésta, de la cada vez más obligada diferenciación de los ámbitos de la técnica y
los ámbitos de la ciencia, que plasmado sobre el mundo de la práctica se convierte en
sórdida y alienante división del trabajo-, de que nuestros mejores hombres destaquen en
ambientes de cuestionable prestigio cultural y de que en la ignorancia se comporten con
satisfacción y desdén, sin interés ni curiosidad alguna; allá donde no saben, no quieren
saber porque creen saberlo todo, y todo lo que no saben no se sabe y no es necesario saber.
Y precisamente es en el bar donde el hombre medio español realiza su pérfido ataque a la
institución universitaria, atentando igual que lo hace el hombre medio europeo de Ortega
contra la cultura. Porque en el bar el hombre medio habla sin pelos en la lengua sobre
asuntos de los que no parlamentaría en otros contextos ni en otros ambientes,
argumentando opiniones e ideas que, quizás, ni siquiera son de su propiedad -otro ataque
brutal a la cultura europea: la violación de la propiedad intelectual, la más vulnerable y
codiciada de todas- y expresando pensamientos y sentimientos de los que muchos de sus
más cercanos desconocían existencia. ¡Suerte -o desgracia- que la política se haya
consolidado como lugar común de la cultura de bar!

Critica, le he oído -les he oído-, a todas horas, sobre todo cuando más insoportables se
vuelven sus condiciones de vida, critica sin piedad la muy cuestionable labor que
desempeña la Universidad y la pérdida de dinero, esfuerzo y tiempo que supone la
educación superior de los jóvenes. '¡Mejor sería darles un pico y una pala!' '¡Habría que
ver cómo reaccionan si tuviesen que salir al campo a las seis de la mañana! Se les quitaría
la tontería revolucionaria, seguro.', dicen. También los jóvenes pero quizás
intelectualmente resentidos -o privados- lo hacen, no siendo capaces de la empatía que
sólo los jóvenes pueden tener para con los jóvenes. Y yo me echo las manos a la cabeza:
no entiendo nada. O porque lo entiendo me duele tanto su idiosincrasia.

La Universidad, dice el hombre medio español, no sirve absolutamente para nada. Los
universitarios: parásitos de su contribución al correcto funcionamiento del Estado,
ladrones de su tiempo y de sus energías, usurpadores de sus mejores años, librepensadores
que viven la vida mientras a ellos les toca padecerla. De esto último, dos consecuencias:
de un lado el odio al librepensador, y de otro y estimulado por ésta, la cruel inversión del
sentido vital que supone el lugar común del hombre medio resentido y hastiado de sí:
'menudo vividor estás tú hecho'. Dice esto nuestro patético hombre español con un
desprecio y un convencimiento tan brutales que, descargando sobre el otro todo un
sistema de valores negativos, le hace sentirse culpable de su propia miseria.

¿Pero qué debe hacer el hombre, si no es vivir?, ¿es moralmente imputable ser un vividor?
¿No lo sería más ser un moridor o, lo que es lo mismo, un sufridor vital? ¿Qué moral es
aquella que pretende un pensamiento contra-natura tan explícito en sus aseveraciones y
perjuicios? ¿Quién será el poderoso que crea esa ficción y con su imposición como verdad
natural y absoluta se convierte en poderoso y hace girar bruscamente el sentido de la vida
y toda su escala de valores?

Se quiere progreso científico, pero se reniega de las grandes mentes científicas. Y a lo
mejor es cierto que nuestros estudiantes universitarios son cada vez más mediocres, cada
vez más olvidadizos de sus obligaciones para con su ciencia y para con su nación -¿y para
consigo mismos?-. Admito la posibilidad de que la institución universitaria, en Europa y
no sólo en España, no sea la de otros tiempos, que sea necesaria una reforma y que haya
mucho que raspar de su superficie tan casposa. Pero no admito, bajo ningún pretexto, que
se cuestione el buen hacer de muchos y muy preparados estudiantes, profesores,
catedráticos y pensadores que se dejan la piel por conseguir que este país tan caricaturesco
resurja de sus cenizas.

*******

Llegados al final de la exposición cabe introducir un último apunte. No nace este texto
con la pretensión de moralizar a nadie; no es lección moral, ni moralizante, la conclusión
que se extrae de las reflexiones aquí plasmadas. En cualquier caso lección vital.
Acérquese, lector, a las páginas que lo componen. Conozca de los dolores y los
padecimientos del vigoroso hombre español, del cáncer que agota a Europa, de la fuerza
con que el hombre-masa, en el apoderamiento de su ser, carcome como un ejército de
voraces termitas los cimientos de la realidad cultural europea

Título alternativo: De los dolores y los padecimientos del vigoroso hombre fuerte
español. Apuntes para la genealogía de la decadencia. Inaugura este texto el estudio
gnoseológico de la decadencia occidental; epistemología para la gestión pertinente de una
ciencia social europea que aspira a la jovialidad -Occidente como objeto de estudio; no
hay etnocentrismo atisbable, sólo interés por lo vivido-.

Acérquese el lector, decía, a estas páginas y sepa de las formas de vida del hombre masa
y del hombre superior, de las causas y de las consecuencias de su acción, de sus
estructuras de pensamiento, de sus costumbres y tradiciones. Y una vez sabido todo eso,
decida. Reflexione sobre sí mismo y su papel en toda esta historia. Y una vez
reflexionado, contéstese a esta pregunta: ¿Es usted -soy yo- un hombre masa o es -soy- hombre
superior?

Lección vital práctica. La teoría al servicio de la vida y de la acción; al servicio del
cuerpo.

Eduardo Gutiérrez Gutiérrez

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