Autonomía.

Entendemos, a propósito de este artículo, autonomía como la condición de quien,
para ciertas cosas, no depende de nadie. No trataré esta vez, por tanto, el concepto de
autonomía en el sentido de la libertad positiva, como la capacidad de uno para elegir por
sí mismo su propia vida. La autonomía como condición presenta un carácter reflexivo,
por lo que la responsabilidad de poder o no disfrutar de tal condición se agota en gran
medida en el propio sujeto. Dentro de este límite que aporta la individualidad es donde
trataré hoy de hablarles.

La autonomía ocurre, es decir, uno es autónomo para hacer algo, cuando disfruta
de tal condición, lo que significa que no se encuentra en situación de dependencia, o lo
que es lo mismo, en ausencia de ella. La dependencia es, según la perspectiva de este
análisis, la situación de una persona que no puede valerse por sí misma para hacer algo;
como ya se habrá podido notar, no hablo de estos conceptos en tono general. Al considerar
la relación que se da entre estos dos conceptos fácilmente podemos ver su polaridad.
Comprendemos la autonomía como ausencia de dependencia, por lo que la dependencia
implica carencia de autonomía, puesto que cuando uno está en condición de hacer algo
por sí mismo no se encuentra en la situación de no poder valerse por sí para hacer ese
algo. Como vemos, la autonomía es la condición, respecto de un algo particular, que nos
aleja de la situación de dependencia, mientras que la dependencia solo se da cuando,
respecto de ese algo particular, el individuo carece de la condición de poder hacer ese
algo por sí mismo. De ahora en adelante usaremos esta enunciación de los conceptos en
su relación como criterios para distinguir ambos casos.

La historia vital de cualquier ser humano, si analizamos las experiencias que se
suceden en su acontecer, utilizando estos dos conceptos para distinguir en qué polo de los
establecidos en la relación que analizo, nos muestra cómo se turna la dominancia de los
casos dentro de los términos de uno y otro concepto. El comienzo de esta dominancia por
turno me parece ciertamente revelador. Si atendemos a dicho comienzo, a la etapa
prenatal de la vida de un individuo, uno se encuentra en el vientre de su madre, en un
ambiente seguro, asistiendo al proceso de desarrollo de su organismo, de su cuerpo y de
aquello que lo conforma, desarrollo que tiene como fin el dar lugar a un organismo
propiamente autónomo; lo que en esta caso implica solamente un organismo que está en
condición de vivir por sí mismo. El vientre de la madre se descubre como un ambiente
seguro porque en él la madre da lugar a las condiciones necesarias para sostener la vida
del bebé, quien se encuentra en una situación de dependencia total, no pudiendo continuar
viviendo autónomamente y de dependiendo, en este caso, soporte vital de la madre.
Incluso, en el momento en el que el bebé ha culminado ese desarrollo y abandona el
vientre de la madre, alejándose de tal situación de dependencia, en algunos casos es
necesaria la acción externa para dé comienzo la situación de autonomía, como lo es en el
caso en el que se necesita del azote para ayudar o iniciar el desalojo del líquido amniótico
de las vías aéreas del recién nacido y permitir la circulación del aire.



Por ello, y en vista de las etapas siguientes, el desarrollo del individuo sucede
desde una situación de dependencia total, ya que no está en condición de realizar por sí
mismo la condición común a toda acción propia al individuo, estar vivo, hacia la
consecución del grado de autonomía más general posible. Hablo de desarrollo,
anticipando el resto de la historia vital, sin embargo, en la continuación de esta historia,
como sabemos, el sujeto alcanza una etapa de crisis a partir de la cual los procesos
siguientes no pueden ser considerados en la línea de un desarrollo, sino como síntomas
de un deterioro; el envejecimiento, en los casos más favorables. Nacemos y nacer es la
primera victoria que nos separa de la inicial situación total de dependencia, hacia la
conquista de la propia autonomía. Como vemos, la autonomía es una condición propia
del ser humano –y de los seres vivos, en general-, pero no es una condición que se dé
como desarrollada desde un inicio, sino que más bien depende del propio devenir del
sujeto de esa condición, en sentido estrictamente biológico.

Continuando con la historia vital, podemos ver que una vez alcanzada la
autonomía vital, el poder vivir por uno mismo, se nos evidencia en mayor grado la
dependencia que el bebé tiene en un ámbito diferente al puramente biológico, el ámbito
social. El medio en el que nace el bebé determina cuáles son las cualidades necesarias
para su autonomía, puesto que aunque sus necesidades vitales serían idénticas
independientemente del medio, las formas para cubrir tales necesidades si están
determinadas por cómo se organice el espacio circundante. Con este ámbito se descubren
nuevos niveles de dependencia, ya que en el cambio surgen nuevas necesidades y
acciones que el individuo no puede realizar por sí mismo. Me gustaría distinguir entre
ellos dos, la situación de dependencia hacia los demás seres humanos próximos a mí para
poder sobrevivir y la codependencia con los seres humanos la comunidad a la que
pertenezco, propia del entender la vida en comunidad como medio de adaptación al
medio. Si atendemos al segundo nivel citado, podemos ver de forma general como la
progresiva especialización social ha dado lugar al progreso de la sociedad, mientras al
mismo tiempo se reducía el grado de autonomía de sus miembros, generando finalmente
un estado de codependencia de los individuos, por la necesidad de los productos de las
capacidades de cada uno. Sin embargo, cualquiera puede recuperar esa pretendida
autonomía perdida por la especialización y convertir su casa en un estado autárquico,
unipersonal o unifamiliar, pero incluso tal salto hacia la autonomía necesita de un
desarrollo de la misma desde la presumible situación anterior de codependencia, en un
hacerse con las capacidades y los medios necesarios para alcanzar tal autonomía
progresivamente.

Considerando ambos niveles para proceder con el primero, creo que podemos
admitir con facilidad que la codependencia, la necesidad de mantener ese estado, es ahora
un hecho, pero a veces olvidamos aquello que se evidencia claramente desde la
perspectiva individual, que para vivir en sociedad, para aprovecharse propiamente de esa
situación de codependencia, hemos necesitado, en un inicio, de otros individuos que
suplieran nuestra falta de capacidades sociales para poder vivir autónomamente en
sociedad; esperando que igualmente que cubren tales carencias, nos las comuniquen para que
una vez adquiridas y practicadas podamos alcanzar la autonomía social. Una madre,
dicho rápidamente, suple las funciones básicas del organismo del bebé realizándolas por
él y haciéndole partícipe del disfrute del producto de las mismas –lo alimenta, por
ejemplo, por medio del cordón umbilical- y su autonomía surge cuando ese mismo bebé
las realiza por sí y para sí mismo. Igualmente, esa misma madre lleva a su hijo al médico,
habla por él con ese mismo médico, compra las medicinas prescritas y se encarga de que
siga correctamente el tratamiento, así suple sus carencias pero su hijo se encuentra en
situación de dependencia respecto de tal necesidad de cura, esta situación sólo se cambia
por la condición de autonomía cuando el chico, por sí, acude al médico, interactúa con él
y se aprovecha, de ese modo, correctamente de la situación de codependencia para cubrir
su necesidad de cura.

Como vemos, el abandono de la situación de dependencia de los otros para poder
aprovecharse de la codependencia con los demás no ocurre hasta que el individuo que se
encuentra en tal situación adquiere las capacidades necesarias para poder hacer ese algo
que no puede hacer por sí mismo y se encuentra en posición, también, de poder
aprovecharse de esas capacidades por sí mismo y para sí. Sólo bajo estos términos
podemos hablar correctamente de autonomía. Por ello, ser autónomo para algo, estar en
condición de no depender de nadie para ese algo, implica conocer aquellas capacidades
necesarias para realizar por uno mismo tal empresa y de estar en posición de poder
aprovecharse de ellas por sí mismo. Nuestro niño no es autónomo para servirse de los
medios que la sanidad pública ofrece para curarse hasta que es capaz de realizar por sí
mismo aquellas cosas que otro realizaba por él y para él en su anterior situación de
dependencia.

Si volvemos de nuevo la mirada a la historia vital vemos como esta diferencia
entre la dependencia y la autonomía y su sucesión, acompañada temporalmente por el
cómo se desarrolla el estado biológico del individuo en sus diferentes etapas vitales,
respecto de sus cualidades, el turno entre dependencia y autonomía se entiende como
motivado por una lucha del individuo, en términos de autodesarrollo, contra su situación
inicial de dependencia y en busca de alcanzar una situación que incluya el mayor margen
de ausencia de dependencia factible y que implique el mayor grado de autonomía posible.
La autonomía, tal y como se la presento, es un valor por sí mismo, puesto que al implicar
la ausencia de dependencia, lo que implica encontrarse en posesión de ciertas
capacidades, cuanto mayor sea el grado de autonomía del que se disponga, mayor será la
capacidad de uno mismo para realizar cualquier cosa por sí mismo, lo que descubre a la
autonomía como buena para cualquier cosa que se desee o prefiera. El desarrollo gradual
de la autonomía en la historia vital se ocurre por el aumento de conocimiento de las
habilidades y la mayor disposición para aprovecharse de ellas, desarrollo acompañado a
la par por el desarrollo del límite biológico del individuo, pero estas dos líneas
ascendentes alcanzan un momento de crisis en el momento en el comienza el deterioro
físico y, por tanto, se invierte el avance biológico hacia una reducción del límite
establecido en el desarrollo de la condición biológica. Este momento de crisis biológico
no tiene impacto directo en la autonomía, ya que salvo en condiciones en las que las que
el cerebro se vea afectado, el deterioro biológico resta, en inicio, capacidades al cuerpo,
por lo que comenzamos a perder disposición para aprovecharnos de nuestras habilidades
adquiridas, pero esta progresiva pérdida puede ser compensada con el aumento del
conocimiento, legando al ingenio y a la experiencia la falta de fuerza o habilidad. Sin
embargo, e igualmente, se da un nuevo momento de crisis cuando el aumento del
conocimiento no puede sostener el desarrollo de la autonomía e, incluso, carece de
capacidad para evitar que esta disminuya, frente al deterioro de aquello que sostiene las
habilidades, el cuerpo y la mente, ocurriendo tras esta etapa una nueva y gradual
expansión de la situación de dependencia frente a la autonomía adquirida.

Desde esta perspectiva creo que fácilmente pueden reconocer conmigo el valor de
la autonomía y la dificultad inherente a su proceso de adquisición. Por ello, considero tan
negativas e, incluso, nocivas, aquellas conductas que son contrarias al desarrollo de la
autonomía o que incluso consiguen revertirlo. Si atendemos a las condiciones necesarias
para que se dé efectivamente el desarrollo de la autonomía, con la intención de descubrir
cuál es el camino de acción propio de estas conductas, podemos ver, en primera instancia,
que el conocimiento en general y el conocimiento obtenido al adquirir capacidades, en
particular, suele ser estable, es decir, cuando se ha obtenido no se pierde si se acompaña
de la práctica regular o se sostiene por una buena memoria e, incluso, en el caso de que
se pierda, tal pérdida es progresiva, por lo que se puede revertir con mayor facilidad
cuanto más pronto se comience y ya su simple obtención primera sirve como precedente
tal que su readquisición o sus sucesivas readquisiciones serán menos costosas y más
exitosas que la primera adquisición; hablando, ahora, dentro de los límites de lo común y
favorable, sin considerar casos de naturaleza más problemática. Pero si atendemos a la
condición de estar en posición de aprovecharse debidamente de las capacidades
obtenidas, vemos que al margen de la condición física, de aquello que realmente se pueda
hacer, el cómo se encuentre el individuo emocionalmente se descubre como un factor
determinante, ya que amenaza directamente la estabilidad propia del desarrollo de la
autonomía o del grado de autonomía alcanzado.

Hablando sencillamente, uno puede saber cómo hacer algo por sí mismo y estar
en posición de hacerlo –poder hacerlo, en definitiva- y, sin embargo, no tener cuerpo para
hacerlo. Uno puede ser teóricamente autónomo para algo, pero no serlo realmente cuando
no se considere a sí mismo capaz de ello, aunque esta creencia efectivamente sea falsa.
Por ejemplo, si recogemos a nuestro niño ya perfectamente sano y cuando conoce el
camino hasta la panadería, es capaz de recorrerlo por sí mismo y efectivamente capaz de
comprar el pan y de volver con él a casa, le pedimos que compre el pan, él puede no ser
capaz de realizar ese recado autónomamente ya que él, aun disfrutando de tal grado de
autonomía, puede que no se crea capaz motivada esta negación por el miedo, la timidez,
etc. Esta falta de confianza en sus capacidades motivada por las emociones suscitadas por
el escenario que describe tal o cual acción o por las creencias falsas acerca de sí mismo,
afecta a su autonomía sin afectar o restringir la posesión de las condiciones que la
diferencian de la situación de dependencia. Sin embargo, el freno en la autonomía de
acuerdo a los términos descritos sí da lugar a un aumento del margen de la situación de
dependencia, pero no como producto de la falta de desarrollo o de la carencia de
capacidades, sino como una negación del desarrollo efectivo de la autonomía de uno
mismo o de la posesión de tales o cuales capacidades por parte del individuo; donde
ocurre tal desarrollo o se poseen tales capacidades. El individuo, así, es teóricamente
capaz de realizar aquello que niega poder hacer por sí mismo –se encuentra fatal pero el
médico le dice que no le pasa nada, que está perfectamente sano-, pero no es realmente
capaz de realizarlo. Será, entonces, capaz de hacerlo, es libre de hacerlo en el sentido
negativo de la libertad, nadie externo a él le impide hacer lo que él puede hacer por sí
mismo, pero no dispone de los medios necesarios, no dispone de la confianza, niega su
capacidad, por lo que aun pudiendo hacerlo no será capaz de realizarlo. Esta distinción
entre libertad teórica y libertad práctica se basa en la diferencia entre la capacidad y las
trabas de la realización propias de la práctica. Yo soy libre de ir a Nueva York,
negativamente, pero no dispongo del dinero necesario para coger el avión o el barco, así
que realmente, aun pudiendo ir, no puedo; no dispongo de los medios.

Como vemos, uno puede ampliar su situación de dependencia, en contra del
desarrollo efectivo de la autonomía, si se niega a sí mismo, por lo que, aun no necesitando
de los demás, depende de ello para ciertas cosas que podría hacer por sí si no se negara.
Las motivaciones para que esto ocurra son diversas y no es objeto de este artículo su
análisis, sino el mostrarles la posibilidad de este problema para la autonomía. Ser
autónomo es un bien para el individuo, por lo que al negar su autonomía en parte o
totalmente, el individuo se está procurando mal a sí mismo, sin intervención de nadie
externo a él. Creo, esto es algo que difícilmente podrá discutirse como beneficioso para
nadie, por lo que es algo que debería evitarse bajo cualquier circunstancia. Si el fin de la
historia final se da en la victoria de la dependencia, en tanto que uno no es capaz, al final,
de continuar viviendo por sí mismo y cuando ningún otro tampoco puede suplir tal
carencia sucede la muerte, la negación de la autonomía de uno mismo, en cualquiera de
sus formas, sólo puede entenderse como un acercamiento prematuro a esta victoria final
de la dependencia, como una derrota por uno mismo causada en esta lucha por la
autonomía.

Por todo ello les insto a reconsiderarse cada uno a sí mismo desde estos términos
y tratar de advertir en cuales de los casos en los que se encuentran en situación de
dependencia lo están de forma efectiva y real y en cuales se encuentran así por negarse a
sí mismos, ya que el desarrollo es demasiado costoso como para frenarse a uno mismo y
aunque pueda ser más problemático, incluso, el resolver esa negación, hemos de
considerar que su disolución sólo depende de su desarticulación y su reconsideración
positiva. Si confundimos el trabajo por hacer con el hecho no habrá posibilidad de avance
y si pensamos lo hecho como una carencia estamos derribando deliberadamente lo
construido, porque al hablar de nosotros y de nuestra mente hemos de considera que las
mentiras acerca de lo real lo modifican realmente, ya que lo que conforma nuestra
realidad, en este ámbito es tan sólo nuestra psique y lo que ocurra en ella.

Carlos Esteban González

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