TREN DE SOMBRAS


RAMS (EL VALLE DE LOS CARNEROS): UNA OPINIÓN SOBRE EL NUEVO CINE
GÉNERO: Comedia, Drama
DIRECTOR: Grímur Hákonarson
REPARTO: Sigurður Sigurjónsson, Theodór Júlíusson, Charlotte Bøving, Jon Benonysson,Gunnar
Jónsson
GUIÓN: Grímur Hákonarson
PAIS: Islandia
DURACIÓN: 93
PRODUCTORA: Aeroplan Film / Film Farms / Netop Films
ESTRENO: 13 de Noviembre de 2015

Es mucho lo que ha llovido desde aquel festival de cine religioso de 1957, primera piedra de lo
que después sería el famoso festival de SEMINCI en mi pequeña ciudad, Valladolid.
Curiosamente, la calidad del susodicho ha sido tremendamente variable a lo largo del tiempo, y
también la aceptación por parte del público. He de admitir que por distintos motivos, no he
podido acudir este año a mi querida SEMINCI (“Pues vaya mierda de crítico…” estaréis pensando,
y no os falta razón), pero a la película ganadora de la Espiga de Oro siempre la tengo en
consideración, y moralmente me veo obligada a verla. Algunas veces para mal, y otras para bien.
Rams pertenece a este segundo grupo.

El valle de los carneros nos cuenta una historia tan vieja como la tos. Dos hermanos que no se
hablan (los que tenemos familia “rural” sabemos un poco de que va esto), que tras un desastre
acontecido en un concurso de carneros (esto ya es más raro… cosas de Islandia, supongo),
tendrán que unir de nuevo fuerzas para salvar las últimas reses de la familia. Con la bellísima
fotografía a la que nos tienen acostumbrados estos autores del norte, este relato que nos suena
conocido se torna una auténtica oda poética, sobre todo en aquellos exteriores tan exuberantes
y propicios para un film.

¿Qué hace de esta película, entonces, digna de estar dentro de mi selectísimo grupo de obras
merecedoras de la Espiga de Oro? Bromas aparte, he sido siempre de la opinión de que el cine
se narra a través de la cámara, y es esta quien debe seducir al espectador a través de su propio
lenguaje. Lo cierto es que Grímur Hákonarson es muy capaz de construir un relato dependiendo
solo de las estructuras que su instrumento de trabajo le propone. Para muestra, la primera
secuencia de la película, donde el propio espacio físico muta tras ser filmado. Tengo que admitir
que me dejó bastante sorprendido, dado que si hay algo que ha caracterizado en los últimos
años gran parte del cine de autor ha sido la cámara al hombro y la búsqueda de la verdad
documental. Esto no quiere decir que sea mejor o peor, solamente maneras diferentes de
entender la cámara, y por tanto, la obra cinematográfica. Considerar al aparato como sujeto
pensante, más que las imágenes que muestra.

Curiosamente, esto se repite bastante a lo largo del film, haciendo de una historia tan sencilla
una gran película. Toda suerte de artimañas están a disposición de la narración, no solo en su
dimensión argumentativa, sino también expresiva, y por tanto, emotiva. De ahí también el
inteligente uso del humor que adereza la cinta no solo con chistes y demás parafernalia, sino
con cine. Es el cine quien nos sitúa dentro del conflicto de ambos hermanos, y no el guion. Sin
duda, Grímur Hákonarson me ha ganado, por si no se leía entre líneas.
Pero, por mucho cariño que le haya cogido, tampoco puedo evitar comentar aquellas cosas que
no me han gustado. Coincidiendo con el grandísimo Jordi Costa, algunos momentos del film
parecen haber sido rodados expresamente para el circuito de festivales europeos. Ahora bien,
cierto es, como hemos señalado antes, el trabajo de montaje es magnífico, así como la
fotografía. Por ello, quizá este pequeño acto de “propaganda” (aunque es bien sabido lo
gilipollas que podemos llegar a ser los amantes del cinema d’auteur) se deba más al resultado
del propio film.



Otro aspecto negativo que si me gustaría resaltar de la película, continuando con esto, es que
precisamente el absoluto control del Cine –con mayúsculas- parece no tener una relación exacta
con los personajes ni sus problemas. La narración tampoco goza de una complejidad psicológica
absoluta, pero la cámara tendría que haberlos definido mejor, como hace de manera perfecta
en varios momentos con el espacio en el film.

Parece que el camino autoral está bastante bien marcado, y que le voy a hacer, me gusta. Me
gusta mucho, de hecho. Nunca he sido amigo del cine entendido como realidad, la verdad. Más
bien de la realidad del cine. No me gustan las cámaras al hombro, que se acercan a los personajes
como los presentadores de la Sexta sobre Esperanza Aguirre, y que se había mantenido como
tendencia casi absoluta. Tampoco pretende hacer un duelo de contrarios, ni mucho menos:
salvo que seas Rouco Varela, películas como La Vida de Adéle te encandilarán, y las apreciarás.
Se trata de entender lo que significa los signos del cine, y de saber usarlos. Curiosamente, este
cine que se detiene en la filmación del tiempo, y a su vez transforma el espacio, también ha
tenido su influencia en el documental, dando lugar a obras tremendamente íntimas, que algunos
estudiosos han considerados como ensayos cinematográficos.


Curioso ejemplo de lenguaje cinematográfico, de estas nuevas obras que han recogido gran
parte de un testigo autoral que se remonta a varios años atrás. Parece que llegan buenos años
para los amantes del cine. Estética y Cine por encima de todo lo demás. Si eres aficionado a estas
cosas, te recomiendo un vistazo.

 por R. Roig Herrero


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