EL YIHADISMO, UNA FORMA MODERNA DE REACCIÓN AL DESARRAIGO


El siguiente texto es una traducción al castellano por parte de Sofía Esteban Moreno de la
entrevista realizada en alemán a Jürgen Habermas por Nicolas Weill Jürgen Habermas: «Le djihadisme,
une forme moderne de réaction au déracinement» 1 para el periódico francés Le Monde el 21/11/2015,
publicada el 26/11/2015 y traducida al francés por Frédéric Joly.

Nuestra intención al incluir este texto es la de contribuir a la difusión de la opinión de uno de los
filósofos más influyentes de nuestros días acerca de uno de los temas que más ocupa la preocupación
política y social actual, y tratar, por ello, de contribuir a la expansión de la cultura en castellano.

Entrevistador: El presidente François Hollande quiere definir un estado de
guerra adecuado a la situación. ¿Qué piensa usted sobre esta discusión? ¿Cree usted,
de forma general, que la modificación de la Constitución es una respuesta adecuada
a los atentados del 13 de noviembre?

Jürgen Habermas: Me parece sensato adecuar a la situación actual las dos
disposiciones de la Constitución francesa relativas al estado de emergencia. Si esta
cuestión está en el orden del día, es porque el presidente ha proclamado el estado de
emergencia justo después de los chocantes acontecimientos de la noche del 13 al 14 de
noviembre, y porque pretende prolongarlo durante tres meses más. Difícilmente puedo
juzgar la necesidad de esta política y de sus razones. No soy en ningún caso experto en
cuestiones de seguridad.


Pero, contemplándolo con cierta distancia, esta decisión parece un acto simbólico
que permite reaccionar al gobierno –posiblemente de la manera más conveniente- frente
al clima que reina en el país. Sin embargo, en Alemania, la retórica de guerra del
presidente francés, guiada, parece ser, por consideraciones propias de política interior,
suscita más bien reservas.

E.: El presidente Hollande también ha decidido aumentar el nivel de
intervención en Siria, principalmente con el bombardeo a Rakka, la capital del
Estado islámico, y acercándose a Rusia. ¿Qué piensa usted en general del
intervencionismo?

H.: No se trata de una decisión política sin precedentes, sino solamente de una
intensificación del compromiso de la aviación francesa, que se encuentra en acción desde
hace ya tiempo. Ciertamente, los expertos se muestran de acuerdo en decir que un
fenómeno tan desconcertante como el Estado islámico –esa mezcla de califato que no ha
llegado todavía a encontrar su territorio definitivo, y de los comandos de asesinos
dispersándose a escala mundial- no puede ser vencido únicamente por medio de las armas
aéreas.

Pero la intervención en tierra de las tropas americanas y europeas no solo es
irrealista, sino que sería, antes de nada, una gran imprudencia. No sirve de nada reaccionar
agrediendo a los poderes locales. Obama ha aprendido de las intervenciones de sus
predecesores y de sus fracasos, y ha insistido sobre un punto importante durante la última
cumbre del G20 que se ha desarrollado hace poco en Turquía. Ha subrayado que las tropas
extranjeras no pueden garantizar durante mucho tiempo, después de su retirada, el
resultado de sus éxitos militares.

Por lo demás, no podemos acabar con el Estado islámico recurriendo solamente a
los medios militares. Los expertos se muestran de acuerdo, igualmente, sobre este punto.
Podemos considerar a estos bárbaros como enemigos, y debemos luchar contra ellos,
incondicionalmente; pero, si queremos vencer esta barbarie a largo plazo, no debemos
engañarnos en cuanto a sus razones, que son complejas.

Sin duda, este no es el momento para una nación francesa profundamente herida,
para una Europa conmocionada y una civilización occidental estremecida, para acordarse
del origen de este conflicto potencialmente explosivo y por ahora fuera del control de
Oriente Próximo –De Afganistán y de Irán hasta Arabia Saudita, Egipto y Sudán-.

Lo que sólo recordamos es lo sucedido en esta región desde la crisis de Suez en
1956. Una política de los Estados Unidos, de Europa, y de Rusia, determinada casi
exclusivamente por intereses geopolíticos y económicos está, en esta frágil región del
mundo, enfrentada a una herencia de la época colonial, a la vez artificial y marcada por
el sufrimiento; y, además, esta política se ha aprovechado de los conflictos locales sin
estabilizar ninguno.



Como todo el mundo sabe, los conflictos que oponen a los sunitas y los chiitas, en
los cuales el fundamentalismo del Estado Islámico invierte en primer lugar a día de hoy
sus energías, se han desencadenado de forma evidente después de la intervención
americana en Irak decidida por George W. Bush,
quien ha ultrajado las reglas del derecho
internacional.

La interrupción de los procesos de
modernización de estas sociedades también refleja
algunos aspectos concretos de la orgullosa cultura
árabe. Pero la ausencia de perspectiva y de
esperanza frente al porvenir que aflige a las jóvenes
generaciones de estos países, deseosas de una vida mejor, ávidas también de
reconocimiento, es en parte el resultado de la política occidental.

Estas jóvenes generaciones, cuando fracasan todas las tentativas políticas, se
radicalizan con el fin de recuperar su amor propio. Tal es el mecanismo de esta patología
social. Una dinámica psicológica igualmente desesperada, que encuentra de nuevo su
origen en la ausencia de reconocimiento, que también parece generar pequeños grupos de
criminales aislados, que nacen de poblaciones inmigradas europeas, los héroes perversos
de comandos de asesinos teledirigidos. Las primeras encuestas periodísticas consagradas
al medio y los itinerarios respectivos de los terroristas del 13 de noviembre permiten, en
toco caso, suponerlo. Junto a la cadena de causalidad que conduce a Siria, existe otra que
llama la atención sobre los destinos fallidos de integración en los centros sociales de
nuestras grandes ciudades.

E.: Desde los atentados del 11 de septiembre de 2011, intelectuales como el
filósofo Jacques Derrida o usted mismo, han expresado su preocupación por el
debilitamiento de las libertades democráticas, que puede provocar presión en la
lucha contra el terrorismo y el uso de conceptos como la guerra de las civilizaciones
o los estados villanos .Este diagnóstico ha sido ampliamente verificado por el uso de
la tortura, por los controles de la NSA, por las detenciones arbitrarias de
Guantánamo, etc. ¿Una lucha contra el terrorismo que mantuviera el espacio
público democrático intacto es, según usted, posible o concebible? ¿Y bajo qué
condiciones?

H.: Una mirada retrospectiva sobre el 11 de Septiembre sólo puede llevarnos a
concluir, como a la mayoría de nuestros amigos americanos, que la guerra contra el
terrorismo de Bush, Cheney y Rumsfeld ha dañado la constitución política y mental de
la sociedad americana. La Ley Patriótica, aprobada en su momento por el Congreso, aún
vigente hoy en día, vulnera los derechos fundamentales de los ciudadanos y afecta a la
esencia misma de la Constitución americana.

Y lo mismo podemos decir de la extensión fatal de la noción de combatiente
enemigo que ha legitimado Guantánamo y otros crímenes, y que ha sido descartada por
el gobierno de Obama. Esta reacción irreflexiva a los atentados del 11-S, que hasta ahora

En Alemania, la retórica de
guerra del presidente francés,
guiada, parece ser, por
consideraciones propias de
política interior, suscita más
bien reservas.

eran inconcebibles, explica en buena medida la propagación de una mentalidad encarnada
en la actualidad por una personalidad tan innombrable como Donald Trump; candidato a
las primarias republicanas. Esta no es para nada una respuesta a vuestra pregunta. ¿Pero
no podemos, como los Noruegos en 2011, después del terrible atentado cometido en la
Isla de Utoya, resistir al primer reflejo de volvernos sobre nosotros mismos frente al
incomprensible desconocido y a la agresión contra el enemigo interno?
Confío en que la nación francesa dé al mundo un ejemplo a seguir, como ya lo
hizo tras el atentado dirigido contra Charlie Hebdo. Para ello no hay necesidad de
reaccionar contra un peligro ficticio como la esclavitud a una cultura extranjera que,
supuestamente, nos amenazaría. El riesgo es mucho más
tangible. La sociedad civil debe evitar sacrificar sobre el
altar de la seguridad todos los valores democráticos de una
sociedad abierta, como la libertad del individuo, la
tolerancia frente a la diversidad de los modos de vida y la
buena disposición para adoptar la perspectiva de los otros.
Delante de un Frente nacional que se refuerza, esto es más
fácil de decir que de hacer.

Pero existen buenas razones para reaccionar de este
modo, que tienen poco que ver con ensoñaciones. La más
importante es evidente: el prejuicio, la desconfianza, y el
rechazo del islam, el miedo al islam, y la lucha preventiva
contra él, que deben mucho a una proyección pura y
simplista.

En efecto, el fundamentalismo yihadista sin duda tiene recursos en su forma de
expresar todo bajo un código religioso; pero que no es en ningún caso una religión. Podría
recurrir, en lugar del lenguaje religioso que utiliza, a cualquier otro lenguaje religioso, e
incluso a cualquier ideología, sin importar cuál, que prometiera una justicia redentora.
Los grandes monoteísmos tienen orígenes que se remontan muy atrás en el tiempo.

El yihadismo, por el contrario, es una forma completamente moderna de reacción a unas
condiciones de vida caracterizadas por el desarraigo. Llamar la atención, como medida
preventiva, sobre una integración social en descenso o sobre una modernización social
defectuosa, no es, naturalmente, eximir a los autores de estos daños de su responsabilidad
personal.

E.: La actitud de Alemania frente a la afluencia de refugiados ha sorprendido
positivamente, a pesar de los recientes repliegues. ¿Usted piensa que la oleada
terrorista puede modificar este espíritu –ya que algunos islamistas han intentado
infiltrarse en el flujo de refugiados-?

H.: Espero que no. Estamos todos en el mismo barco. Tanto el terrorismo como
la crisis de refugiados constituyen desafíos dramáticos, quizá definitivos, y exigen una
estrecha cooperación y solidaridad que las naciones europeas todavía no han alcanzado,
incluso en el contexto de la unión monetaria.

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