Cagada de humo.


Crítica a la vana elocuencia de la enseñanza
  
Desnúdate, maldita sea, desnúdate
que de nada sirve ese sombrero
para quien camina a la sombra,
a la sombra de aquello que somos
porque somos más de lo que vemos
bajo el ala que oculta la luz del cielo.
  
Desnúdate, maldita sea, desnúdate,
quítate ese vestido de expectativas, 
que no haya horizonte ni tela 
con que cubrir tu vergüenza, 
ni exista peso ni daño 
con que eludir el engaño.
  
Desnúdate, maldita sea, desnúdate,
da a conocer, no exijas ni sostengas, 
abre, abre dulce tus tristes piernas 
que han de llorar para que vuelvas, 
para que vuelvas a dar paso y tregua.
  
Desnúdate, maldita sea, desnúdate,
ama aquello que vives y sueñas, 
crea, busca y contempla 
que nadie nace o se hace 
si se viste de aquello que ordenan.       




…  

Estás muerto, simplemente estás muerto, 
caes, recaes y levantas lo mismo, 
templas y atentas al sueño que te alienta, 
que te alienta y te gobierna con descaro 
mientras  otros juzgan y asumen la partida.  
Injusto, injusto este juego de caótica armonía, 
nada prevalece, nadie nunca hallará la salida; 
oscuro laberinto de luz, de luz entre carne y cielo. 

Mis ojos no ven, no ven detrás de las estrellas 
el hilo conductor de los átomos que se adaptan, 
que se adaptan a los cambios de sentido, 
a los golpes, a la unión y a la deriva, 
tal como nuestro insano cerebro predica.   

Estás muerto, simplemente estás muerto, 
pero tienes la absurda manía de animarte, 
la luz te dio solo este instante 
y qué has de dejar, qué has de dejar a parte, 
             a parte de lo que quieres llevarte.

Ernesto Rodríguez Vicente

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