He perdido mi escalera.

¿Quién desea la consciencia
cuando llega el frío?

El azul que rodea mi casa
no se parece al blues
que siento tan mío.

El calor que mi pecho
imaginaba se quedó atrás,
con la luz y el vuelo perdidos.

No hay más casa
ni patria. No hay
suelo que no se derrame
bajo mi pie; ya no
estoy aquí.

Ya cayeron las paredes
y el sol olvidó alzarse.

Ya veo la llanura fresca
e inunda mi mirada todo
el valle. Se fueron los colores,
quizá llegué tarde.

Ahora sé que no he partido,
-como el guerrero sigo aquí
parado, sentado en mi cabeza-
la que cortó lazos con el suelo,
quien solo de sí y de mi querer
se sabe presa.

-

Me falta ritmo y se
me mete el pelo
en la cara.


Me balanceo sin
cuidado hacia los
lados; ruido,
el suelo se encara.

Ciegas son las almenas,
las torres están tapiadas.
Ríos de gotas de aire
que ahora me separan,
océano de pisadas que
las nuestras enmascara.

Ya no queda nada
y aun así sé volver
a casa, pero no a ésta.
Ya no queda nada.

-

A veces uno sabe que
guarda una bestia.
Sentirla así le hace
no parecerlo, pero apenas
la separan tres versos.

Se mira las manos
de nuevo, ahora
puede reconocerlas.

Un segundo, ya
casi no pesa. El
final no siempre es
claro, es bueno conocer
la meta. El
aire antes tan puro,
el agua ahora no cesa.


-Memorias del olvido-

Ocurre que cuando uno
trata de alejarse de
algo que él mimo porta,
algo que él mismo es,
no recorre el espacio,
sino el tiempo;
no se interna en la distancia,
sino en el olvido.

Tras todo el tiempo necesario,
tras ser sepultado en el olvido,
uno que ya no sangra por la
brecha sabe que nada ha de darse
por perdido, pues de su despertar
sólo lo separa un aliento,
un suspiro.

Una tímida cortina
o un fuerte ejército
de muros, ambas ante
el sentido son débiles,
su puerta cede frente
a un corazón de derribo.

-

Me caigo y no lo estoy,
sueño que he dormido.
La habitación ha olvidado
el ruido, sólo el rumor aguanta
escondido. Me duermo y no lo estoy,
sólo había olvidado el ruido.

-

Uno ha de poseerse. Nada más
puede poseerse que a uno mismo.
No poseo mi palabra, pues ahora
es tuya. No poseo mis actos,
ahora son de todos. No poseo
el aire, más a él le necesito.

No poseo el amor, él me
posee a mí. Uno decide,
con suerte, cuanto ha de permitirse
morir. No es el suelo el que
flaquea, es un sentir desmedido
en un mundo finito. Es un saberse
creador de realidades sin
repertorio conocido.

-

Clack y llega otra gota
que va a parar contra el suelo.
La puerta zarandea el aire
que ahora golpea el dintel,
tras él anclaje de cromo
cobre y pomo en roble
romo.

No es el suelo soporte
sino escenario del vivir
vibrando; el aire, las manos,
los versos; el pecho, el soñar
y el tempo cuerdo.

Tengo una habitación
realizada en el caos.
Ella viene a mí cuando
me pierdo. En ella me veo
como se ve en el mar el cielo,
tan cercano y desamparado
por entero.

La felicidad es un esquina
al sur del quiero. Era feliz
sólo y desconocido, ahora
el tiempo regaló
mi cuerpo al miedo.


-

Él es mayor y llora.
Vuelve su rostro en
convulso trémolo.
No puede admirar
su belleza; desperdicia
tal oportunidad
que lleva ya esperando
su destreza.

-

No siente un mundo a su lado,
no tiene sentido del peso,
del tacto. No recuerda si nació
volando. Soy porque he nacido.
Es porque estaba cuando nací.
Era porque permitió que naciera.
Piensa un mundo a su lado,
pero aun así no puede tocarlo.
Ahora su corazón aconseja la duda,
recoge su cabeza y la muda,
a otro hemisferio lejano.

La palabra no le acompañó
ahí abajo. A oscuras están él
y su conciencia de oficio
buscando.

Soy porque siento.
Siento porque vivo.

-

Y qué sé yo y no sé qué
estaba mirando. La acera
se comba, no habría nadie
esperando. El sol no proyecta sombra,
la gente se está alejando.
He nacido a mi vera
y ya me he olvidado.

-

Sigo aquí, solo sigo.
Mi patria es el olvido,
así lo he deseado,
así lo he necesitado,
así lo he vivido.

Ya no tengo casa,
ni cuerpo
ni abrigo.

Ya no queda nada,
ni luz
ni sombra
ni testigo.

Aquí abajo no había nada
y he bajado a costa
de mis brazos,
mi piel,
mis piernas,
mi cordura y sentido.

-

Nada más que un yo que
golpea el lecho con intensidad;
más no queda ningún ruido.

Frío quirúrgico
de sentimiento
provisto de distancia.
Nostalgia de un tiempo
en el que estábamos
vivos.


-

El suelo está frío.
Yo estoy frío,
otra vez, rápido,
descubro que soy
la habitación y
me incorporo
la soledad.
De pies
no es
tan grande.

-

Y ahora a subir,
no había nada abajo,
me empeñé en desalojar
por el riesgo de derrumbe
y ahora no me queda escalera,
ni fría cama,
ni adorada lumbre.

-

Son tus pies eco
del Abuelo que te cuida.
Son tus sones luz de medio día.
Son mis quereres mañana
tardía que se descubre atardecer;
rojo, violento, silencio
del volver a nacer.

-

Carlos Esteban González

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