Ah, ya no me agrada,
no parece lo mismo,
no me otorga nada,
¿qué encanto he deshecho?
¿qué prisión he creado?
Libre, solo de mí,
de mi sueño acaso en vida,
de mi peso, causa y efecto,
de mí, solo de mí,
de mi espejo y mis alas,
de mi cuerpo y mi método,
de la idea invertebrada.
Murmurad, sí, murmurad
bellas sombras desconocidas,
hablad a grandes rasgos,
cread bucles infinitos,
absurdos, envidias y vergüenzas;
pues nada hay más absurdo
que esta esencia sensible,
que este miedo y este deseo
desplomándose sobre todo
como si nada fuera consigo,
y tú te interrogas,
día y noche, entre mitos,
obsesiones y recuerdos,
tal vez más amargos que el olvido,
anhelando la eterna presencia,
el instante nunca escogido
porque nadie puede ser libre
si piensa que existe un camino.
Casi ángel
bajé del cielo,
enterré mis alas,
descubrí mi sueño.
Y casi hombre
esperé en la tierra
alcanzar las nubes,
busqué lo inmenso
en los pequeños cruces.
Casi ángel
subí a los cielos,
probé las brasas,
me hallé despierto
en un sueño desecho:
mitad hombre,
mitad cuento.
Ernesto Rodríguez Vicente
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