Noviembre de 2014
Hoy por hoy no nos queda más que el criterio propio. La objetividad es un fantasma de
Cuento de Navidad. El periodismo se prostituye hasta niveles inimaginables. La
información tradicionalmente más seria recoge el estilo fantasioso y exaltado del nuevo
periodismo deportivo, heredado de esas horriblemente llamadas tertulias sociales con
yogures, coca y tetas operadas colgando.
El valor de lo que ocurre ahí fuera se pierde en las miles de voces que tratan de
difundirlo, apoyando los hechos en su condicionante mirada en lugar de apoyarse en
ellos para mirar y pensar. Muros de fuego e ira que estallan contra adjetivos partidistas
que luchan contra ellos sin ellos delante, llenado de mugre y apatía la sociedad donde
todo esto ocurre.
El orgullo y la velocidad de los actos políticos se pierde en discursos vacíos, comentarios
en televisiones privadas y fotos sonriendo. Vivimos allí donde las ideas de uno se
conocen por otros, otros que no conocen el tema del que hablan, igual que no conocen
lo que ocupa su cabeza.
Parece, por mi parte, que solo queda esperar que la vergüenza postrada a diario en lo
que fue la mejor y más determinante de las profesiones sociales haga hervir a las
generaciones que escupirán sobre este mundo y ocuparan su hueco entre la mierda
mientras la liberan.
Ya van veintiuno. Ya no que me haya pillado, ya que más mayor, más gritada y así vivida.
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