"Me duele España; ¡soy español, español de nacimiento,
de educación, de cuerpo, de espíritu de lengua y hasta de
profesión y oficio: español sobre todo y ante todo! "
Miguel de Unamuno
Los resultados de las pasadas elecciones al parlamento europeo han abierto más
profundamente esa herida que, como al bueno de Miguel, me devora por dentro: me
duele España y me duelen los españoles.
La sociedad de a pie, la de los metros y los atascos, la de los míseros sueldos y los
terribles problemas, la de las telarañas en los bolsillos y los fantasmas en la cabeza, la
sociedad de a pie, digo, ha celebrado con gran éxito la irrupción del partido Podemos en
el Parlamento europeo: ¡Son el cambio!, dicen, ¡Son el azote del bipartidismo!, afirman,
¡Traerán tiempos mejores!, claman. Todo esto, según mi opinión, para ocultar las dos
grandes derrotas que esta nación ha sufrido este pasado veinticinco de mayo: por un
lado, la nueva victoria (sin mayoría absoluta, pero victoria) del pepé en las urnas y, por
otro lado, y como problema de mayor envergadura y vergüenza social, el elevadísimo
número de abstenciones. Debería darnos vergüenza.
La pregunta que ahora se me viene a la cabeza es ¿por qué pasa esto?, ¿por qué en
España? Porque, estaréis conmigo, ya no vale decir eso de que la crisis está acabando
con todos los países, de que la política mundial está en llamas, de que el hombre se
enfrenta a un cambio radical a nivel mundial... NO. España sufre una gran depresión
política y social (no hablemos más de la económica, ¡ay que me muero!) que nos está
hundiendo en la miseria intelectual y moral. Debería darnos vergüenza.
Y será el hombre español el que se enfrente a una de las decisiones más importantes de
toda su historia: morir o matar. Seguir hundidos en la más absoluta de las ruinas (que es
la ruina moral) o levantarse como un hombre nuevo y mejor. Y no me refiero solo a un
cambio político, a un cambio de régimen de gobierno. Necesitamos un lavado de cara,
una revisión y crítica de valores.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Bueno, creo que la razón de todo este sinsentido
y de toda la mierda que cubre hoy día nuestras calles está en lo que yo llamo los males
de la sociedad española, herencia histórica de la sociedad española que puede resumirse
en un solo y fatal mal, la ignorancia. Estos males, o al menos los más importantes, son:
falta de contexto social. El hombre de a pie no sabe nada acerca de sus conciudadanos,
no sabe cómo actúa su sociedad y por qué actúa así, no sabe cómo funciona su sociedad
y por qué funciona así, no sabe. Una total ignorancia de la historia reciente de su país,
que le imposibilita a articular ideas propias sobre la marcha del mismo. Falta de análisis
crítico que deriva de los dos males anteriores (no sabe cómo es su sociedad ni cómo fue)
y que posibilita el siguiente, la carencia de mecanismos de defensa ante los tijeretazos,
ante las injusticias, ante la corrupción, ante los abusos de poder. Todos estos pueden
resumirse a su vez en el mal de la incapacidad de construcción de ideas propias. Este
último mal hace aún más daño formulado en negativo: aceptar lo dado sin más, sin
someterlo a juicio y tomándose como bueno y seguro. Y los dos últimos, el desprecio
total hacia la política, que aleja al hombre de sus garantías de futuro y de las garantías
de futuro de su sociedad, y la pérdida del sujeto colectivo.
En cuanto al desprecio hacia la política quisiera apuntar algo, de forma breve: vale que
la política esté corrupta, pero la política no es corrupta. La política es del ciudadano y
para el ciudadano, es una actividad noble que no podemos, aunque queramos, sacar de
nuestras vidas.
Todos estos males convierten a la sociedad española en una sociedad vil, egoísta,
mecánica, ignorante, pobre, servil, esclava y moralmente vacía. Nos convierten en lo
que somos a día de hoy y en lo que hemos sido a lo largo de nuestra historia, aunque no
queramos verlo.
Me duele España... La anquilosada, pobre y roída España, sepultada por el peso de los
años y el servilismo, destinada a morar sobre los restos de su cercana destrucción como
la madre que busca a su pequeño entre las ruinas de la guerra. Tratada como un perro
por todos aquellos a los que tendió, alegre y confiada, un día la mano, y hoy vuelven la
espalda cuando la ven, escuálida y borracha, cayéndose por las esquinas. La
anquilosada, pobre y roída España, vagamente recordada por aquellos que la vieron
nacer y resurgir, una y otra vez de sus cenizas, y escupida y apaleada por los que ahora
tienen que ayudarla a levantarse de nuevo. Engañada por su propia ignorancia, sus
éxitos hoy son flores marchitas, sus fracasos durísimas losas de mármol y sus intentos
ratas devoradas por los leones. La anquilosada, pobre y roída España, que se ha
despedazado a sí misma una y otra vez, una y otra vez, y ahora la suma de sus partes no
equivale, ni por asomo, al total que un día fue. La anquilosada, pobre y roída España,
sometida por un oscuro Dios que insta a señalar al vecino, a aceptar sin más lo dado, a
agachar siempre la cabeza, a temer, a nunca desear, a vivir de espaldas al mundo, a
llorar a escondidas, a engañar y a ser engañado.
Los miembros del grupo del 98 distinguieron dos Españas distintas, entendidas como
bloques cerrados: la España oficial, falsa y aparente, de las élites políticas y
monárquicas, y la España real y miserable, de los obreros y de la gran masa. Me duele la
primera y lloro la segunda.
Me duele la primera por la brutal paliza que le está pegando a la segunda: rota, escupida
y cubierta de moratones. Lloro la segunda por el aspecto de ciervo asustado que adopta
ante la ferocidad del cazador. Al hilo de esta metáfora quiero señalar un verso incluido
en uno de los últimos poemas de Leopoldo María Panero: El ciervo herido es el que
más salta. No digo más.
Quizás también me duela porque no la entiendo. A la España de las élites políticas
quiero decir; a la España real nunca dejaré de entenderla y apoyarla. No entiendo al
pepé: herederos de aquellos que borraron de nosotros hasta la memoria y hoy nos quitan
hasta la dignidad, no les tiembla la mano a la hora de acusar a todo aquel que trate de
destapar su mentira de fascista. No lo entiendo. ¡Ellos!, ¡Ellos los acusan! No, no lo
entiendo. Pero tampoco entiendo al pesoe, que en un simulacro de sobria y déspota
oposición se ha olvidado del obrero, del socialista y sobretodo del pueblo, en una brutal
y absoluta reconversión a la derecha. No, no lo entiendo. Y del mismo modo, tampoco
entiendo las intenciones de iu, upeydé y demás grupos de borregos cargados de
esperanzas que no sé muy bien de qué van, si es que van de algo.
Todos juegan con nosotros a las canicas: da igual quién de ellos gane, que siempre
acabaremos los mismos en el agujero.
Y, por último, me duele la primera, la España de los ricos y los poderosos, porque ante
nuestras tristes y tontas caras aparentan llevarse fatal y luego son una clase social
cerrada, que se defiende a sí misma y que ataca, de una forma tan directa, cruel y
abominable a la España de los pobres y los débiles, que debería darles (y darnos)
vergüenza. Porque esta segunda España es pobre y es débil y es ignorante porque se
empeña en mirar con rencor a los de arriba mientras se divide cada vez más y cada vez
más, haciendo imposible la revuelta.
Me duele España, me duele tantísimo...
Eduardo Gutiérrez Gutiérrez
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