La azulada habitación.

En la azulada habitación de azufre
hallábanse las deshabitadas cuencas
de un cadáver mutilado y descompuesto,
rebosantes de odio, miedo y vergüenza.

Acompañado solo por el denso silencio
y la trémula luz de los destellos azules,
el lívido trozo de carne carente de vida
era el símbolo más hermoso de la agonía.

En cada facción de su demacrado rostro
podían distinguirse aún las señas del dolor,
el sufrimiento, la miseria y la apatía.
Su existencia había sido una cruel mentira...

En la azulada habitación de azufre
su rabia contenida chocaba contra las paredes
y los gritos atrapados en el eco del terror
semejaban una odisea de infernales placeres.

La dama de negro, inmóvil en el centro,
maldecía a los hombres de grises cerebros
cuyos falsos ideales de sociedades utópicas
se descomponen como la piel de aquel muerto.



La cara más repulsiva de la humanidad
miraba hacia el colorido vergel sagrado
mientras el cuarto, invadido por la oscuridad,
se impregnaba de la añil llama del azufre.


Todo permanece o todo se va,
¿qué mas da
ser odio, apatía o bondad
si hasta la más firme realidad
en la azulada habitación del mal
acabará?

Todo permanece o todo se va,
¿quién sabe a donde irán
las voces ahogadas
por el silencio sepulcral?
Quizás a un bello lugar,
quizás no volverán
a ser, a odiar, a amar.

En la azulada habitación de azufre
la puerta abierta está...

En la azulada habitación de azufre
todos estamos dispuestos a entrar.

Ernesto Rodríguez Vicente











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