1
Mira que hastío supone la contemplación de un can mordiendo los árboles,
mas el estúpido engendro necesita de cualquier imagen con la que embotarse
llámalo como quieras, cabeza sin regla ni compás, sin corazón palpitante.
Venero tu incomprensión, tu tartamudeo, tu sordera, tu invidencia, pues lo que
para mi es tormento, para ti es el jugo más dulce de la alegría.
Agudiza tus piernas, para atrapar moscas con tus mucosidades demoníacas,
absorbe mi genialidad con tus cuchillos carniceros, cuece mis ojos con los fuegos
de las tinieblas y luego aliméntate del néctar de mis pezones.
¡Oh! Cómo llamaré al pudor, si cada vez que lo contemplo me río de sus tímidos brazos.
¡Oh! Cómo asesinaré a mi odio, si él es el que abre mis venas a los venenos de los
dioses.
¡Oh! Cómo cuidaré de ti, sangre, si ansío verte derramada entre las rendijas de las
alcantarillas.
Incapaz soy de amarte, amigo, mas deseo que aún contemples los árboles con tu mustia
mirada,
pues sólo así podré burlarme de tu desgracia, sólo así podré adorar tu constante
degradación
y sólo así podré clavarte agujas en los ojos, hasta el día de la inminente resurrección.
2
Las olas de hierbas que ondulan en el horizonte,
mueven el tortuoso puente entre las nubes y el sol,
posado sobre sus plumas yace el muerto tigre, maestro de la sumisión.
Cansada, sujeta por dos escuálidas piernas, se disolvía mi amor, mi esperanza,
mi hipocresía.
La aceitosa sangre, repleta de dulces sabores, se deslizaba por sus morados labios, un
hilo
que se desenredaba para volverse a unir en los meandros de sus pechos, en su lívido
vientre, en su reluciente cadera carente de rubor.
Maestra de los bosques calcinados, de los búhos degollados, cuán elevado
es tu arte, conviertes en polvo lo manchado ¡Muéstrame tu sabiduría con
látigos afilados, así sentiré el peso de tu maldad en mis carnes, en mis pieles, en mis conocimientos, en mis huellas!
3
Íbamos de camino al sur de la colina
el loco mar alimentaba nuestras cadenas
y el suave color de la niebla sembraba incógnitas en nuestros tímpanos.
¿Dónde está nuestro sucio paño?
¿Cuándo se abrirán los árboles para dejarnos penetrar sus vísceras?
Espero que las agujas floreadas permitan que nuestro viaje en madera corrompa sus
carnes
y que las cerdas de plateados vestidos obedezcan a la voz de la muerte,
sus miradas, envueltas de impudicia, clavan cristales en el vello púbico
y sus voces, lujuriosas, avivan los besos callados
que buscan la desarraigada alma impune.
4
Impregnado de ron estaba yo, sentado en un banco, sucios andrajos
me devolvían al convento.
¡Hum! Ese pestilente olor, ese sabor a piedras que retienen las aguas, ansía mi llamada,
mis enormes ganas de convertir en ceniza lo que su madre creó, dándole
el precioso don de poder sujetar las lenguas con su verde presencia.
Mamá no grites mientras sonría, no muerdas las estelas que fluyen de mis ojos,
son mi identidad y mi amor hacia las profundidades de estrecho infierno,
que llega hasta las costillas de este insecto cubierto de harapos de azufre.
Zambo
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