como un átomo me descompongo
en un millar de formas atroces
y mis partículas se desintegran
dejando tras de sí
un halo de luz artificial.
Soy la luz que cuelga del techo
y abre su mente en la oscuridad,
reduzco mi rostro a un solo ojo
y estallo en carcajadas al pestañear
pues mi pupila es la hiena
que se abrasa cuando ríe.
Soy un asteroide afligido
que se mece en la marea del cosmos
y desliza su ser universal
entre las miradas del espacio,
mis brazos son la nada
y mi cráneo un vertedero
donde se posan las estrellas.
Soy un reducto de la antigua era,
agazapado en mí me descubro
contando motas de polvo estelar
en la órbita de un viejo satélite
y observo como las chispas
centellean lágrimas de soledad
en su insignificante existencia.
Soy la luna de un mundo diurno
donde duermen las luciérnagas,
atisbo desde el silencio
el anhelo de mi compañía
y muero cada vez que avanzo
hacia el cementerio de los astros.
Soy el temible agujero negro
que todo le hace falta
y me granjeo el respeto
de los admirables planetas
al consumir de un bostezo
el sueño de cualquier sombra.
Soy el fantasma del infinito
que se oculta en la antimateria,
vivo en la nada y en el todo;
acostumbrado a ser la faz
de las visiones mas odiosas
me colapso a mí mismo.
Me desvanezco en un haz de rayos gamma...
Ernesto Rodríguez Vicente
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