Poder desde Valladolid.

En esta apología de la libertad, la amistad y el valor no voy a dejar títere con cabeza. Yo no me identifico con ningún “bando político” ni con ninguna corriente social de ningún tipo, por lo que no tengo favoritismos. Intento ser yo mismo (por absurda que resulte la expresión) y captar en mi observación todas las perspectivas. Entiendo que el bien de unos conlleva el mal de otros. Entiendo también la impotencia que se siente al conocer la situación mundial, la lucha por el poder y la explotación de millones de personas sólo para conseguir más y más poder. El poder, siempre aparece por todas partes. En pocas palabras yo definiría el poder como la capacidad de valerse de otros en propio beneficio. En cualquier relación humana hay una confrontación de poderes, a veces tan sutil que ni la percibimos. El poder es un castillo y todos estamos tras sus murallas soñando con saber que hay en la más alta torre. Pero estas metáforas son paparruchas de filósofo. En el mundo real el poder se manifiesta con fuerza, violencia, y siempre dejando una mala imagen y un rastro de injusticia detrás de sí. El poder son desahucios, cargas policiales, recortes de sueldo, aumentos de impuestos, discursos políticos y familias tragándose justificaciones de su miseria. El poder es escaparse del tumulto y soñar con mundos posibles, pero el poder también es reprimir sueños y captar seguidores ignorantes. El poder es dolor, rabia, venganza, alianzas, pactos, conspiraciones, desconfianzas, ataques lamentos y más rabia. Es una chica llorando en el suelo mientras un policía la agarra del cuello. Es la nariz torcida de un estudiante inmovilizado de cara al suelo por dos policías por hablar expresando la frustración de un grupo de personas pertenecientes a la sociedad que los policías juraron defender. Es un tortazo a un policía para defender a una amiga. Es un amigo que se preocupa por las brechas y los golpes de otro amigo que se unió a la manifestación porque su padre y su madre están en paro y no pueden pagar su educación, aunque a él nunca le gustaron las manifestaciones y las protestas sociales, pero ahí está porque no puede permitirse ir a clase y tampoco encuentra trabajo y lo único que le mantiene en pie es la ilusión de luchar por unas condiciones mejores en las que vivir. El poder es el niño que se muere de hambre cada cinco minutos y el político que con diez años de trabajo obtiene una pensión de por vida. El poder soy yo escribiendo esto para compensar a amigos y a amigas que recibieron golpes y no tuvieron mi mano para ayudarles. El poder es la ignorancia de la mayoría y la indiferencia de la minoría. El autobús, el metro, las avenidas, y los aviones, repletos cada mañana de caras largas de aburrimiento y cansancio y caras sospechosas de falsedad y traición. No sé qué coño es el poder pero yo lo odio.
Yo no quiero poder sólo quiero libertad y acción, vivir en la naturaleza lejos de las luchas de poder. Pero ahora mismo eso es impensable, no puedo abandonarme en mi mismo mientras mis amigos, compañeros y yo mismo sufrimos las consecuencias de un sistema social totalmente caótico, cuyo rasgo característico es la inconsistencia, la injusticia y la carencia de racionalidad. Peleas en bares, robos y atracos, palizas y amenazas, advertencias en el trabajo y disgustos en casa, malas noticias y cambios de vida, miedo en la calle y en casa cada noche a solas, todo, absolutamente todo es el poder. Yo en el poder que rodea mis vínculos y caminos observo mucha impotencia, mucho cachondeo, poco compromiso y mucha habladuría, muchas voces acalladas por la policía, una ciudad que no aprende, que tras 18 años con el mismo alcalde hijo de puta éste sigue al frente, moldeando esta ciudad sin arte y con su antiguo esplendor olvidado convirtiéndola en el nido de ratas más grande de España. Y veo que no levantará cabeza, mi generación se mueve y pone todo su empeño en abandonar esta cloaca olvidada de la mano de Dios y comandada por el Opus Dei. Tiene lugares bellos, y mucha gente buena, pero la sociedad de esta ciudad es una cutre obrilla teatral de una sociedad moderna, racional, libre y democrática. Y es cutre, muy, muy cutre.

La naturaleza es injusta, pero al menos es imparcial, el hombre parcela la justicia y reparte la injusticia, y yo, mis amigos, mi familia y el grueso de mi sociedad, somos los destinatarios de
las mayores injusticias. Yo aventuraría que esto ocurre porque la mayoría de la gente no piensa con libertad, está claro que todos arrastramos prejuicios e inquinas, pero pensar es precisamente cuestionar todas esas ideas y sentimientos heredados, y eso hoy es una actividad prácticamente en desuso. Yo creo que la solución está en cada uno de nosotros, llevamos grabado en nuestro interior el remedio contra la injusticia social. Desde el ricachón racista, hasta el vagabundo antisocial, todos deberíamos pensar racionalmente analizando nuestras actitudes y nuestros deseos. Aún si todos siguiesen mi consejo existiría la injusticia, porque es algo inmanente a la misma existencia humana, pero no creo que semana sí semana no un estudiante fuese agredido por las fuerzas de seguridad, o una familia se quedase en la calle, o unos subnormales decidiesen sobre el destino de todos pensando en el beneficio de su cartera. Yo lo siento, pero mi conclusión es que el mundo de hoy en día es asqueroso, al menos en este país y en concreto en esta mi decadente ciudad de Valladolid, con su plaza de Cantarranas consumida por la droga y los malos rollos, con sus universidades cada vez más vacías y sus calles más llenas, con un falso lujo que a nadie engaña, de la tristeza de la plaza España y la plaza Zorrilla mirando desde lejos a Delicias, la Rubia, la Rondilla y Pajarillos. Yo ya estoy harto de ver como amigos y conocidos se esfuerzan por una causa digna de ser compartida por todos sin obtener ni un destello de apoyo ni de repercusión. No diré nada más, tan sólo sed valientes, intentad poneros en el lugar de “el otro” pero siempre dispuestos a luchar contra quien no sea capaz de ponerse en vuestro lugar. Y admitámoslo, hoy en día nadie se pone en el lugar de “el otro”.

David Álvarez García

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