Era aquella tarde de verano especialmente calurosa, como un tórrido día de Agosto cerca de la costa
donde la humedad se vierte por todo el cuerpo haciéndote sentir cansado y agobiado, pero el caso es
que no estábamos en la costa, sino en el Interior. El calor era abrumador. Los rayos del sol se
deslizaban con esmero y desgarro por todos y cada uno de los recovecos de los edificios,
manteniéndose posado en estos, y calentándolos enormemente. El asfalto de las calles, desprendía el
típico hedor del alquitrán que se refugiaba en todas las zonas circundantes y en ellas no se veían
más que coches aparcados.
En fin, era un día bochornoso y pesado, incluso para las moscas.
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“Nada me satisface”- pensó-” he visitado y me he posado sobre infinitos objetos deliciosos ydelicados, pero ninguno me satisface”. Así reflexionaba aquel pequeño insecto, mientras movía sus
finas y transparentes alas cortando el aire y provocando un ligero sonido que resultaba reconfortante
en medio del silencio de una tarde de verano.
Su vuelo era sinuoso y los ásperos y pegajosos pelillos que rodeaban sus finas patas, le guiaban por
hermosos lugares donde los alimentos y las exquisiteces brotaban en desmesuradas dimensiones.
Pero daba igual, nada le satisfacía. Sabía que llevaba una vida llena de lujos, pero quería algo más.
Entre tanto, mientras realizaba uno de sus pensativos paseos, hastiado ya de volar libremente por
espacios tan grandes y llenos de millones de lugares que jamás tendría la oportunidad de conocer,
un suave y refrescante olor se dejó percibir. No era un olor como otro cualquiera, era distinto.
Penetraba en el cuerpo y se movía como si tuviera vida propia, destrozando todo lo que tuvieras
dentro, de una manera sagaz e instantánea, hasta que en la mente no existía más que aquella
maravilla.
Los enormes ojos del bicho se hicieron aún más grandes, ampliando su campo de visión para que
fuese más fácil visualizar aquello que desprendía tan prodigioso olor. Ya no actuaba con voluntad
propia, sino que se dejaba llevar por toda la espléndida gama de sensaciones que sus patas le
dejaban experimentar.
Así, dejándose guiar por sus sentidos, llegó a lo que parecía ser el lugar de origen de aquel aroma.
Era una casa. Común como cualquier otra, con una fachada de un color que quería ser blanco, pero
que a causa del paso del tiempo se había tornado amarillento. En la parte superior de este hogar y
rodeada de grietas, se dejaba ver una pequeña ventana con un marco de madera carcomida. De allí
provenía la fastuosa fragancia...
Sin más dilación, la mosca, sin pararse a pensar en los entresijos que podría guardar el mero hecho
de entrar en aquel sitio, se dirigió hacia él como si se tratase de una autómata. Al llegar a la entrada,
se posó en el alféizar y contempló lo que parecía ser una habitación. Miró arriba y abajo, a un lado y
a otro, buscando aquel objeto de donde provenía la portentosa fragancia. Entonces lo vio...15
Era precioso, era hermoso, tal y como se lo había imaginado. Con una delicadeza propia de un
mundo de ensueño y una estructura grandilocuente y magnífica, se dejaba caer sosegadamente lo
que parecía ser una fina cinta de un suave color naranja. Se encontraba anclada en medio de aquel
techo como si formara parte de él, como si este se hubiera abierto durante un breve período de
tiempo para dejar que de allí floreciese aquel radiante objeto, que caía hacia la mitad de la
habitación formando ligeras ondulaciones que daban una sensación de constante movimiento.
La mosca se encontraba absorta, boquiabierta, impresionada... No hay adjetivos que puedan denotar
lo que sentía aquel insecto en ese preciso instante. Entonces, como si de un acto reflejo se tratara,
sus alas se abrieron, y comenzó a volar. Su dirección estaba clara, no se paró a reflexionar en
ningún momento, tan solo se repetía así misma -”Algo tan precioso no puede ser malo”-. El caso era
que aunque ella no quisiese ir hasta allí, lo haría.
Al fin llegó, el tacto de aquello rompía con todo los esquemas que hasta entonces había tenido. Y
para qué hablar del sabor de la fina cinta. Era la sensación más espectacular que jamás había tenido.
Después de haber estado largo tiempo disfrutando de todo aquello, decidió moverse para ver que
otras magníficas experiencias le aguardaban tras esto.
Cuando intentó alzar el vuelo se dio cuenta de que no podía hacerlo. Estaba pegada. Sus patas
traseras no le respondían, por más que intentara hacer fuerza no podía moverse. En este momento el
pánico se apoderó de ella: Sus ojos miraban a todas direcciones sin pararse en ningún punto, sus
alas se movían velozmente haciendo un escandaloso ruido, sus patas delanteras (las únicas que
permanecían despegadas) temblaban. El mero hecho de respirar resultaba dificultoso. Hasta que en
el cenit del agobio la mosca se desmayó.
Tras un breve período de tiempo, volvió a recuperar el sentido ya con un aspecto más tranquilo y
relajado pero con la idea de que aún seguía atrapada. Y así era.
Cuando la mosca consiguió serenarse por completo empezó a reflexionar, observó su situación y
comenzó a hacerse hipótesis sobre cuáles eran las posibles medidas que podía tomar.
En un primer momento pensó: “Bueno, tampoco estoy tan mal aquí, me encuentro en un lugar
maravilloso, para qué negarlo, y podría estar deleitándome con estos fantásticos sabores hasta el día
de mi muerte...”. Después siguió meditando “Sin embargo, yo mismo sé que esta sensación de
libertad ante el mero hecho de embelesarme con ostentosos sabores es en cierto modo irreal, ya que
esta estructura no se podrá mantener eternamente, tarde o temprano se vendrá abajo, envejecerá y
entonces yo, u otros que se vean atraídos por esto, en un futuro, no lo podrán saborear de la misma
manera.”- Siguió haciéndose hipótesis “Entonces, la única opción que me queda, además de
quedarme aquí para siempre, es utilizar mis dos patas que no están pegadas para cortarme las otras.
¡Oh si! Me parece que he dado con la solución, claro que sí, así me podré liberar y podré volar
como antes, quizá jamás pruebe nada parecido al sabor de esta cinta, pero seré ¡libre!, ¡libre!” La
mosca continuó profundizando en sus cavilaciones “Pero... si me corto las patas jamás me podré
posar en absolutamente nada, jamás podré profundizar en el conocimiento de las cosas, jamás podré
saborear los alimentos, jamás podré procrear, me verán como a un bicho raro sin patas traseras” El
insecto se desanimó, pero sabía que tenía que hacer una de las dos cosas. Dos eran las posibilidades
que se le planteaban y de él dependía su decisión, nadie había que le apoyase, que le incitase a que
hiciera una cosa u otra, él tenía la completa libertad de elegir. Y esto era precisamente lo que más le
asustaba, el mero hecho de tener libertad de decisión. El libre albedrío le espantaba.
Finalmente entre ideas, suposiciones, hipótesis y reflexiones la mosca cayó fulminada en aquella
hermosa cinta.
Zambo
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