Tren de Sombras.

BATMAN VS SUPERMAN: O LA IMPOSIBILIDAD DE LA FICCIÓN
TRADICIONAL EN EL HOLLYWOOD ACTUA

Dirección: Zack Snyder
Reparto: Ben Affleck, Henry Cavill
Guion: David S. Goyer, Chris Terrio
País: EEUU
Distribuidora: Warner Bros
Fecha de estreno: 23 de marzo, 2016.
R. Roig Herrero

Lo primero de todo, pedir perdón a los lectores que al ver el título hayan decidido abandonar la
suscripción a la revista. No se trata de hacer una crítica a la película que, al parecer, ha batido
todo tipo de récord económico, sino de ver qué factores han llevado a que se haga un film como
Batman vs Superman: el amanecer de la justicia. La segunda cuestión es por qué que cientos de
miles de personas –que, por lo que se ve, nos gusta tirar el dinero- “disfrutemos” de ella sin
pensárnoslo dos veces. Y, la última cuestión, si existe algún tipo de relación entre este fenómeno
y algo que tenga que ver con la estética del cine.

Echemos un poco la vista atrás y recordemos algunos títulos que nos lleven a pensar qué ha
ocurrido en el mundo de la industria cultural cinematográfica, que no en el Cine con mayúsculas,
que nos lleva a afirmar que Hollywood no es exactamente igual a hace unos pocos años. Por
supuesto, el triunfo del bando norteamericano en la guerra fría conllevó a crear una industria muy
eficiente, con la que mi generación se ha criado. Pensemos en esas maravillosas obras de Robin
Williams, llenas de dulzura, de emoción; realmente caían lágrimas de nuestros ojos al verlas.
Pero, por suerte o por desgracia, el mundo cambió mucho desde los últimos 90 hasta ahora: el
11-S, una de las mayores crisis conocidas por el capitalismo occidental, terrorismo a escala
global… Desde luego, no es el mundo que auguraban las películas de ficción de Steven Spielberg.
El cine siempre había contribuido a crear grandes mitos. Qué coño, ¡El cine como industria
cultural, casi había sustituido a Homero, creando nuevos mitos que funcionaban como luces en la
noche de toda una sociedad, americana primero, y, prácticamente mundial después! Una de las
críticas más “platónicas” al cine había sido que estas proyecciones funcionaban como
distracciones, evasiones de una vida diaria. Pero quizá no fuera «evasión» la palabra que mejor
definiera la actitud de los espectadores ante las pantallas. Al fin y al cabo, había una identificación
tremenda con lo que era mostrado y los espectadores, no un distanciamiento evasivo, ni siquiera
en las comedias.

No, no era evasión. Quizá la palabra más adecuada para la relación entre películas-espectadores
era esperanza. Viéndonos en esos personajes, podíamos creer que lograríamos ser mejores
personas. No era un simple consuelo propio de una prostitución de los sentimientos, de las lloreras
de una ética convertida mediante triquiñuelas simpáticas en estética, sino de transformar todo un
código de conducta. En definitiva, citando a Benjamin, se hizo una estatización de la política, con
todas las consecuencias que esto implica. Esto fue mucho más allá de la mera reproducción de
patrones previos en la literatura u otras artes, sino que se trataba de llevar a cabo, mediante la supremacía del discurso de la imagen, toda una retahíla de dioses y hombres que, asentados en el
olimpo de las sagradas colinas de Los Ángeles -Olimpo que ha sido testigo de historias trágicas
que, en muchas ocasiones, lo han convertido en Infierno-, insuflaban en nuestras conciencias
halos de verdad y esperanza que parecían no tener parangón en ningún otro momento de la historia
del arte.



Pues bien, en mi opinión, han sido dos las grandes crisis que han asaltado esta confección
retroalimentada. La primera comenzó a fraguarse tras finalizar la segunda guerra mundial, en los
años 50. El cine dorado de Hollywood empezaba a perder fuelle frente a revisiones de géneros
que habían nacido veinte años antes. Ejemplo de los clásicos de estas revisiones puede ser Sólo
ante el peligro, en el caso del Western. Por supuesto todo ello en plena caza de brujas mientras
cualquier elemento que se alejaba de las divinas palabras del Olimpo era desatendido. Finalmente,
Espartaco, en 1960, significó una especie de reivindicación de la libertad cinematográfica frente
a una industria, que finalmente acabó por considerarla como propia, y aceptarla como suya.
El tiempo pasó, y aunque se dieron numerosos outsiders, como el cine independiente
americano, el cine social, etc. Estos eran tragados por Hollywood como una vertiente
distinta de sus propias condiciones éticas, es decir, vendidas como categorías estéticas,
superponiendo de esta manera un discurso sobre otro. Buen ejemplo de esto serían films
como Wall Street, con un trabajo impecable de Michael Douglas, haciendo precisamente lo
contrario de aquello para lo que Oliver Stone había rodado la película; era imposible no
identificarse con el yupi de Gordon Gekko y querer amasar fortunas, coches, etc. No existe una
adecuación formal que defina el sentido estético de la película. Para mí, ese es el gran triunfo de
la ficción americana nacida dentro de la industria cultural: la capacidad que ha tenido de
reconstruir verdades mediante paradigmas estéticos, como hizo la poesía anteriormente. No estoy
hablando aquí de que el cine legitime conductas éticamente reprobables, sino de que el discurso
estético siempre es más comprensible, y degustable que el ético.

Con esto, llegamos al segundo momento de crisis de la industria cinematográfica: el actual.
Comenzábamos diciendo que el mundo había cambiado mucho desde los 90 hasta ahora, y quizá
también muy deprisa. La ficción de Hollywood ha estallado en mil pedazos, eso es un hecho.
Posiblemente sea la época con más remakes, secuelas de series y películas que por un motivo o
por otro triunfaron en los 80, en los 90… junto al espectacular triunfo de la televisión. Se ha
hablado mucho de crisis de originalidad, pero no estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación.
Se trata más bien de haber negado posibilidad estética al comentario ético, porque esos nuevos
cánones estéticos no son vigentes hoy en día. Bueno, miento: son vigentes, pero necesitan de
traducirse de otra manera, como se puede ver en la televisión. Al fin y al cabo, Breaking Bad es
una serie que no trata otra cosa que caer en la tentación, y redención final, pero el discurso estético
vuelve a suponer un discurso ético, es decir, ejemplificación a través de las características de los
personajes con los que nos identificamos, admiramos u odiamos; aún recuerdo la cantidad de
amenazas que recibió la pobre Anna Gun, quien hacía de Skyler White en esta misma serie.
Por ello, la gran pantalla parece haberse quedado sin fuelle no solo para crear e incluso mantener
los mitos que han nacido de ella, porque es lo malo de estas cosas: para que un mito tenga un
efecto global y de fuerza, la gente tiene que creer en él. De esa manera, todo ha perdido cierto
sentido. No en vano, existen muchos remakes de cuentos infantiles llevados a cabo con una
estética que parece sacada de un cuento de ETA Hoffman. Por otro lado, hay un recalco del basado
en una historia real, que neutraliza precisamente el hecho de crear mitos a través de la ficción.

El cine de Hollywood ya no ofrece relatos, al menos no como estamos nosotros acostumbrados a
verlo. Porque a nadie le interesa ver este tipo de construcciones. Se ha perdido una gran parte de
ese valor ético añadido que cada espectador le daba el film, cosa que sí se ha mantenido en las
nuevas series de televisión, y de ahí su tremendo éxito, en mi opinión. La identificación de los
personajes con los espectadores parece cosa del pasado, y con ella la ficción tradicional.
Si el relato tradicional no es operativo en esta etapa de la historia ¿qué nos encontramos en el
relato actual? Frente a la opción del metacine –término que nunca me gustó demasiado- prefiero
recuperar la famosa “muerte del cine”, entendida como lo hicieron Godard o Sontag, es decir, a
la manera hegeliana. Se trata de un nuevo horizonte en el que el cine necesita imágenes
autorreferenciales para volver a nacer con nueva fuerza, aunque esta llama quizá no brille nunca
como lo hizo. No vale de nada acudir a la estrategia de los años 60, que nunca acabó de triunfar
realmente: espectáculos masivos, con una carga ideológica muy alejada del pensamiento
republicano-cristiano americano –pensemos en Ben-Hur o Los diez Mandamientos- y situándose
dentro de la fragmentariedad más posmoderna.

Y este es el motivo por el que hablamos de Batman Vs Superman… es bien sabido que el cine de
superhéroes copa el mercado cinematográfico y se ha postulado como sustento absoluto de la
industria cultural cinematográfica desde que Marvel produce sus propias películas. La precisión
quirúrgica con este tipo films se ha convertido en el día a día en las salas de cine se debe no a la
gran calidad de sus películas (aunque mucha gente considera a Joss Whedon una especie de
semidiós), sino de sustituir la ficción cinematográfica por ficción publicitaria. El gran trabajo
detrás de estos productos es precisamente trabajar fuera de cualquier ámbito cinematográfico. Las
propias historias sacadas de Homero o de Shakespeare se redistribuyen con nuevas fachadas,
alabando citas narrativas tomadas de la ficción tradicional, y revirtiendo su condición de ficción
en algo masivamente publicitario.

Esta estética alejada de la ética se nos hace realmente extraña en el nuevo cine de la industria
cultural, porque eso nos lleva a la abstracción, como bien entendió Iñárritu en El renacido. Por
otro lado, están estas pelis de superhéroes, donde el espectáculo vuelve a verse como única
salvación de una industria en decadencia, y una vuelta a la estética clásica… pero en los 2000, no
en los años 40 –de tremenda belleza-, donde tal estética no tiene ya valor. Esto es lo que diferencia
el espectáculo multimillonario de décadas anteriores: el discurso estético, que, aun funcionando,
ha dejado de calar. Es así de sencillo: Pretender transformar la filosofía de los maestros de la
sospecha en Batman Vs Superman es como vender arena en un desierto, precisamente porque
convertir en filosofía la industria cultural es una paradoja absurda, pero que tratada con la
inteligencia propia de personas sin corazón, se convierten en spots. Convertir actitudes, modos de
obrar… es cosa, quizá, de la publicidad, por muy vomitivo que nos resulte admitirlo. No estamos
ante películas, sino ante grandísimos y muy largos anuncios, y, mirando la recaudación de
semejante birria, están teniendo efecto.

La reflexión viene implícita ante tanta gilipollez. La publicidad ha sustituido a la filosofía, y ahora
también al cine. Parece demostrarse, cada vez más, que llevar a cabo una película tras el 11-S es
un acto de barbarie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario