El problema de la transparencia

Eduardo Gutiérrez Gutiérrez

En un artículo publicado en el diario El Mundo (08/09/2015) el catedrático en Filosofía
Política Daniel Innerarity introduce el concepto de beatería de la transparencia y... no
sé, me dio que pensar: ¿hay algún peligro en el exceso de transparencia? Yo creo, y no
hago con ello spoiler de las reflexiones aquí argumentadas, que sí. Como dice el propio
Innerarity, es muy posible que un exceso de transparencia provoque "un empobrecimiento
del espacio público". Veamos cómo.

La idea que defiendo en este artículo es la siguiente: El exceso de transparencia en
política es peligroso para la salud democrática en general, y para la salud de nuestro
sistema de gobierno en particular. Los últimos tiempos de la política española vienen
marcados por la exigencia de transparencia en la gestión de lo público; una exigencia que
surge de la protesta popular ante los escándalos de corrupción que salpican por igual a
todos los partidos políticos y que éstos han hecho suya -con ciertas excepciones y vacíos
que no conviene desarrollar ahora-. Los partidos políticos incluyen en sus programas
medidas de transparencia, acaparando este asunto los focos de muchos de los debates
públicos que inundan los medios de comunicación en la actualidad. Pero esta exigencia
de transparencia no debe ser, tal y como creo que está entendiendo la ciudadanía,
absoluta; ni debe tampoco esperarse un informe conciso y detallado de todas y cada una
de las acciones y decisiones que se toman en el gobierno: el Estado debe contar, para
el recto desarrollo de sus asuntos, con una cuota equilibrada de secreto y
transparencia.

Un exceso de transparencia puede derivar, cuando esta idea se convierte en lugar común
de la sociedad -como tantas, tantísimas otras-, en una exigencia ingenua de transparencia:
en prensa rosa, en publicidad de datos innecesarios, superfluos y muchas veces
manipulados que sólo sirven de espesas cortinas de humo con las que aplacar un enfado
cada vez más generalizado y, por suerte para nosotros, organizado. Todo exceso de
información se acaba convirtiendo en desinformación. Para la administración y
gestión de la 'cosa pública' hay que encontrar un equilibrio entre la transparencia y el
secreto; sobre todo cuando entramos en el ámbito de la negociación, donde el secreto se
constituye como táctica. Lo que uno se guarda para sí durante el proceso de negociación
como as en la manga es una forma más de ejercer presión sobre el otro y obtener así, en
la decisión tomada en dicho proceso, una mayor cuota de satisfacción de la preferencia
particular de la que se parte -porque en la negociación, muy al contrario que en la
deliberación, las partes enfrentadas pretenden que su toma de postura, fundada sobre
intereses particulares para el bien común o sobre lo que se considera más óptimo para
éste en función de un enfoque particular, prevalezca sobre la del otro; aunque también sea
posible ceder para formar una decisión 'pseudo-consensuada'. Y por mucho que a los
idealistas modernos les pese la democracia actual tiene más de negociación y mercado
que de deliberación y participación abierta-.


En la introducción a la obra de Georg Simmel El secreto y las sociedades secretas Daniel
Mundo sostiene la tesis de que: para toda relación es necesario un mínimo de
secretismo. En la relación entre dos individuos se produce un intercambio camuflado de
información acerca de la imagen que se tiene del otro, que nunca equivale a lo que el otro
es, y que construimos en nuestra mente por medio de intuiciones, hipótesis y perjuicios;
por medio de interpretaciones sobre lo que dice y lo que no dice, lo que hace y no hace,
sobre cómo lo dice y cómo lo hace. Lo que se conoce y se ignora de una persona, incluso
de uno mismo cuando se está con esa persona, estimula el mantenimiento del grado de
intensidad de las relaciones sociales. En toda relación íntima o afectiva hay aspectos del
otro y de uno mismo que se ocultan de manera consciente con el objetivo de no revelar
toda la información disponible de una vez y para siempre, agotándose así la relación. Y
la política, y el poder en líneas generales, se constituyen y se hace en la relación.
Vamos a ver brevemente qué tiene Georg Simmel, ese gran y olvidado filósofo alemán
a caballo entre los siglos XIX y XX, que decir acerca del secreto, fenómeno -o mejor
hecho vital- íntimamente vinculado al de la transparencia. Para ello me sirvo de su artículo
de 1903 El secreto y las sociedades secretas.

En las sociedades primitivas, que podríamos representarnos como la infancia de la
humanidad, la mentira tiene una finalidad positiva. La primera organización y
clasificación jerárquica de un grupo se realiza y consolida con la sumisión de los más
débiles frente a los más fuertes, ya sea física o intelectualmente. Entonces la mentira
aparece como medio para situarse en la escala superior del grupo y dominar a los otros;
como mentira impuesta y no descubierta por los otros, sino asumida. La mentira sirve,
sobre todo en grupos reducidos, para el interés y el bien de los menos, mientras que
la verdad sirve al bien y al interés de los muchos; y "de ahí que toda información
tendente a eliminar los engaños de la vida social tenga un carácter marcadamente
democrático". El engaño es mecanismo para la dominación y la obtención del poder por
parte de unos pocos frente a los cuales los engañados forman numerosa mayoría. Las
sociedades democráticas, aquellas que tienden al bien y al interés de la mayoría, son
sociedades en las que el conocimiento obtenido por y para las relaciones sociales, toda la
información que sea útil para el trato y la convivencia social óptima, apunta o aspira al
grado de veracidad más alto -y con ello a la erradicación de la mentira y del engaño-.
La estructura de las relaciones sociales se determina según Simmel a partir de
ambivalencias, debido a la naturaleza dual del hombre, que es ser social pero también ser
individual. Entonces hay fuerzas socializadoras como la concordia o la armonía que, para
desplegar toda su esencia y toda su capacidad de socialización, requieren de distancia y
alejamiento, de las fuerzas individualistas -no por ello no-sociológicas- de la distancia y
la competencia. Al respecto de esto, habíamos visto antes que el conocimiento o la
información que se tiene del otro o que se comparte con el otro acerca del mundo objetivo
es un factor fundamental para las relaciones y para que éstas constituyan grupos humanos;
el lenguaje, por ejemplo, da buena cuenta de este hecho. Aplicando la necesidad de
ambivalencia a este elemento de socialización nos encontramos, siguiendo a Simmel, con
que se precisa de un contenido espiritual y subjetivo compartido con el otro, pero también
de un contenido, un conocimiento o una información no comunicada al otro que el
otro desconoce. "El valor negativo que, en lo ético, tiene la mentira, no debe engañarnos
sobre su positiva importancia psicológica". Es un medio para ocultarle información al
otro y limitar su conocimiento que sigue las estrategias del secreto y la ocultación.
Para hacer posible la actividad práctica entre sujetos sociales tienen estos que tener
confianza en el otro, en el trabajo futuro del otro y en que este trabajo se realizará de la
mejor forma para satisfacer los fines comunes que se han fijado. Y para que crezca esta
confianza en el otro ha tenido éste que ofrecer una cantidad de información acerca de sí
mismo a medio camino entre el saber y el no-saber -la información necesaria para el
desenvolvimiento de la actividad, ni más ni menos-, dependiendo como dice Simmel del
contexto histórico, de los intereses que unan a los individuos y de sus características y
ocupaciones.

En la modernidad la consolidación objetiva y autónoma que han alcanzado las
instituciones y tradiciones, incluida la opinión pública -aumentando su fiabilidad y
firmeza-, hace que ya no sea necesario conocer aspectos personales del otro para depositar
confianza en su hacer: lo que se pide del otro es un trabajo mecánico y estandarizado, y
como del otro se sabe que cumple una función y que la tiene que cumplir, solamente se
espera que sea capaz de realizarla en el menor tiempo posible con la mayor efectividad.
Las relaciones personales y sociales se han objetivado, despersonalizado, y han adquirido
una racionalidad instrumental, convirtiéndose en relaciones calculables y calculadas,
previstas y automáticas. Los individuos se relacionan en calidad de funciones o, incluso,
de mercancías, pero no de individuos con personalidad.

Cuando el secreto aparece en el seno de un colectivo humano, junto al mundo de lo visible
o de las representaciones compartidas por todos, surge un mundo de lo oculto, de lo que
se mantiene en secreto, que estimula no sólo el crecimiento y desenvolvimiento individual
e interno de los miembros del grupo, sino también la propia vida y la propia actividad
social, constituida por las relaciones entre los individuos -que el secreto, la información
ocultada a los otros, transforma-. El secreto, desde el punto de vista estrictamente
sociológico, tiene neutralidad moral, incluso podría decirse que es positivo, porque
fomenta el desarrollo individual y social de los individuos. No es que el secreto esté
estrechamente vinculado al mal, explica Simmel, sino que el mal está estrechamente
vinculado al secreto; lo que se pretende ocultar suele ser inmoral, perverso y malvado, y
por eso que reciba el rechazo social. Con todo, el secreto -que no la mentira, no deben
confundirse- tiene una utilidad social positiva.

La evolución de las sociedades humanas en su relación con el secreto esconde una idea
paradójica, indica Simmel, según la cual "lo que era público, se torna secreto, y lo que
era secreto, se deja ver". Llega así a la conclusión de que toda relación o toda sociedad,
antigua o moderna, ha requerido de un cierto grado de secreto; lo que ha
evolucionado no es la necesidad de secreto o su intensidad, sino más bien su contenido.
En las sociedades primitivas lo que se guardaba en secreto no era tanto la vida íntima y
privada de los individuos, que apenas gozaban de intimidad, sino el ámbito de lo público
o de lo político, cuya actividad, apelando a una autoridad espiritual, se mantenía oculta.
En las sociedades modernas sucede lo contrario: las actividades y decisiones de los
gobiernos, a fin de evitar abusos de poder, se hacen públicas y son transparentes, mientras
que los individuos han ganado en privacidad y clandestinidad para con el desarrollo de su
vida. La idea sociológica o la esencia sociológica -de interés sociológico- que subyace a
esta evolución es la siguiente:

lo que por su esencia es público y por su contenido interesa a todos, acaba haciéndose cada
vez más público externamente, en su forma sociológica, y lo que se refiere sólo al yo, a los
asuntos centrípetos del individuo, adquiere una forma sociológica cada vez más privada, cada
vez más apta para permanecer secreto.

Si entendemos que la democracia no sirve tanto para transmitir las preferencias de los
votantes, y menos aún como autogobierno del pueblo -habría que preguntarse, de aceptar
esta idea, qué significa eso de pueblo y si en sociedades tan complejas y extensas como
las modernas cabe imaginarse un pueblo capaz de gobernarse a sí mismo reunido en
conjunto en la asamblea-, sino para elegir a los representantes que sean más afines a
nosotros y tengan más posibilidades de ganar de entre un abanico de élites que compiten
por obtener el poder, podemos deducir lo siguiente: la democracia así considerada tiene
que ver más con la negociación que con la deliberación en asamblea. Y las partes que
participan en la negociación tratan de encontrar un equilibrio entre sus respectivas
posiciones -que, al contrario que en la deliberación, no tienen por qué ser justificadas-;
cada una presenta su oferta y entre todas se busca un acuerdo, un equilibrio. Este acuerdo
está condicionado por la presión que cada parte ejerce sobre las otras para hacer primar
su interés y por la información, la táctica y las destrezas de las que cada 'contendiente' es
valedor para imponer su voluntad. Estos recursos de los que cada una de las partes puede
servirse para salir ganador no siempre se ponen sobre la mesa en el momento de iniciar
la negociación, sino que se irán desplegando en su desarrollo, es decir: no tienen por qué
hacerse transparentes.

Hemos descubierto de la mano del genial Georg Simmel la relevancia que el secreto tiene
para la democracia tal y como la entendemos hoy día. Si a eso le sumamos el siempre
necesario secretismo para todo debate y negociación, resulta que la exigencia popular y
también institucional de transparencia no deber ser tomada al pie de la letra. Necesitamos
del secreto y de lo no-revelado, que no de la mentira, para construir realidad social
y para hacer de ésta una realidad lo más cercana posible al horizonte democrático
ideal que nos hayamos marcado, como sociedad, alcanzar.

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