LA LUZ DEL FRACASO


El sentimiento humano está encargado de un infinito número de dolores, injusticias, durezas,
enajenaciones, enfrentamientos, por el hecho de que se creían ver contrastes donde no hay más que
transiciones.
Friedrich Nietzsche

Y marchitaron las horas
Y se fugó la esperanza
Y la tierra vencida
se llenó de tristeza
Y los hombres rieron
detrás de las columnas
Y las columnas hablaron
con luengos sollozos
sobre el paso del tiempo.

Y marchitaron las horas
Y se deshizo la tierra
Y los ríos se alegraron
al ver llorar a los hombres
sosteniendo las columnas
Y las columnas hablaron
con luengos sollozos
sobre el paso del tiempo.

Y marchitaron las horas
Y el silencio fúnebre
se llenó de esperanza
Y la tierra vencida
se inundó de alegría
al ver a los hombres
bajo las columnas
Y las columnas hablaron
con luengos sollozos
por última vez.



¿Quién secó las hojas del rocío
en la húmeda mañana de niebla?

¿Quién borró aquella huella nocturna
del barro endurecido por el viento?

¿Quién, oh Apolo, dime quién
robó el fuego que te corresponde?

¿Quién pudo, cubierto de luz,
escabullirse entre las sombras
ante tu mirada espléndida y firme?

¿Quién, oh Apolo, dime quién
se deshizo como un hombre de lava,
trocándose en piedra invisible?

¡Fuiste tú, gentil Prometeo,
tú que amabas a los hombres
y a los dioses no temías!
Tú trajiste el fuego a la Tierra
y los hombres te llamaron Padre,
los hombres que hoy dirigen
sus ojos al relámpago que Júpiter
ofrece para urdir su venganza.
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Mística.

Esta Idea es más grande que yo,
jamás podré dominarla.
Ella me posee y, sin embargo,
no tiene nada contra mí;
tan solo cuando miro
con sus ojos ciegos la verdad
y me siento a ciegas con Ella,
contemplo, exento, lo inefable
y me embriaga un Sol eterno
que no desea ni teme apagarse.
Todo es arte para el hombre
como todo hombre es arte
para el arte.

Algún día los hombres les arrancarán los ojos a los gusanos
para hacer malabaristas de seda; será entonces cuando los circos
se llenen de polillas que se alimenten de los ojos de nuestros corazones.



Ernesto Rodríguez Vicente

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