Segunda parte sin primera.

Segunda parte sin primera:

El sueño era el elegido, el elegido era el sueño; y así le era el otro al uno como el uno al otro. Fumando un lirio escogido en el campo hasta que abusamos de ello. El sueño era el elegido. Era la hora de ir a dormir al mágico lugar, a poder ser a bordo de un coche de choque. Yo conduzco, pero a mi pesar ella no viene conmigo. ¿Y cuál es la senda de los coches? Me preguntaba yo a menudo… Si el cielo tuviera un color entre morado y gris, la senda iría hacia el camino empedrado, y donde la piedra perdía su nombre, de repente todo era arena y pronto la arena se hacía montaña o duna más bien.

El sueño era el elegido, y las ganas trepaban por subir, y a medida que subían, se iba apareciendo lo que sería el sol de este “un planeta”. Subía y subía mochila a cuestas, pero los guantes se caían por la ladera y rodaban medio camuflándose entre las arenas. Pero mi afán por no perderlos, y por si mi madre me riñera al llegar a casa, me hacía intentar cogerlos una y otra vez.

Arriba ya, toda la grey intentaba descansar en la vereda mientras eran vigilados por seres de un color blanco y también a partes de un dorado bastante hortera, de metal diría yo, de mentira quizá. Aquéllos paseaban por allí, y en sus cuerpos, una pantalla bien grande en la que cada uno llevaba una palabra diferente escrita; sólo tres alcancé a leer: pueblo, tiempo, democracia.

Todo el mundo se aposentaba en su lugar, pareciera que iba a llegar la hora –y sabía que sí, que la hora iba a llegar, puesto que el sueño era el elegido-. Y cuando los seres hacían su función de no hacer nada, para la cual fueron hechos fehacientemente, se llegaba ya la hora de dormir (mientras tanto, se me volvió a caer una camiseta por la ladera en lo que cogía mi sitio, y la muy jodida, manga por pata, corría que se las pelaba).

Otros seres más grandes, pero no de diferente color, marcaban la hora de irse a dormir. Y estos en lugar de pantallas que mirar tenían miras que miraban, y destruían, y barrían del mapa a los anteriores sin dejar rastro de ellos; no hicieron prisioneros.

Así nos enseñaron que era la hora de dormir y que todo se acababa. Y lo que parecía ser un sueño elegido, resultó ser la segunda parte de un primero que nunca ocurrió. El elegido pareció ser sueño, pero a este pobre diablo nunca le preguntaron: “¿Qué sueño quieres elegir?”

U. Rojo (Canto)

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