- Mi cabeza -
Pensar –para mí- sobre ideas ya empezadas
es como tirar de una cuerda:
si sólo trato de comprobar que las tengo,
tiro un poco de ellas,
me basta sólo con notar
el impulso de la fuerza y magnitud
que ostentan;
me puede el miedo
a sacar toda la cuerda
y no querer parar
a colocarla de nuevo tensa.
No es ese el caso
de aquellas que quiero recorrer
enfrentándome a ellas.
En él me aferro a la cuerda
tirando de mí para descarnarme
en el tramo que ella me separa
del suelo que la sujeta;
un camino largo y horrible
cuando es hacia abajo –a dentro-
y liviano y emocionante
cuando es hacia arriba –a fuera-.
- De mi mirar -
Son muchos los movimientos que presencio
continuamente, no es nada extraordinario,
sólo trato de mirar el desarrollo de cada
acción de forma concreta,
esperando el cambio que entre ellas se interpreta,
siguiendo de fondo el ritmo que entre ellas
queda.
El foco, claro, varía emocionalmente;
a veces hacia mi propio cuerpo,
sintiendo el Kaos que el conlleva;
a veces hacia fuera, combinando personas
y naturaleza; otras maravillosas mi yo
encaja en la realidad que lo apresa.
La improvisación es aquel canal que de verdad me emociona;
en él abandono mi cuerpo
y me vierto en el ambiente,
rápidamente me convierto en él, me apodero,
veo como ser sobre él y soy.
En el olvido soy lo que veo, lo
que vivo. En el olvido no soy nada,
sólo soy lo que vivo; sin sentir cambio
activo.
- Ya he acabado la carrera -
Me he roto a mitad
y ahora el interior de mi ser
recoge el lugar del suelo,
colocándose inexorablemente
de las mejores formas posibles;
las pasiones con la lógica,
la música con el odio,
el amor con la muerte,
la violencia con la inocencia,
el yo con la familia,
tú, conmigo, ya de veras.
Me he descubierto de pie
y en forma, mis miembros
relajados, enmarcando el pecho,
mi vientre es fuente de ritmo
y son que vibra, canta y
rebota. Es ya mi tímpano
piel de cordero tensada,
es ya mi costillar
marimba de notas
aún no escuchadas.
Todo ello porque murió
otro yo de nuevo,
todo ello porque la muerte
no es el olvido
y el tiempo no se demora.
Todo ello porque mi querer es dorado
y el viento recorre ahora
mi casa, mi rincón oscuro,
mi luz, mi motor inmóvil,
mi sonreír de domingo,
mi sentir contigo y contigo.
Con los ojos cerrados
y los puños bien abiertos
he saltado esta mañana. Con
el cuerpo arruinado
de conversaciones a media voz
y veneno encharcado por el suelo.
Volar, rugiéndole al miedo,
sabiendo que nada que afuera
halla determina la gravedad
de la caída.
Carlos Esteban González
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