La pérdida de las mayorías absolutas, sean del partido que sean, significa el triunfo de la democracia.
Es en el juego de los pactos y los acuerdos (que en nada se parece a un burdo intercambio de cromos, mi muy despreciable señor De la Riva), en la búsqueda de consenso de entre una nutrida y floreciente diversidad de opiniones, en la fluidez del diálogo y en el espacio de la tolerancia donde la política y el político (como animal político, como profesional de la vocación pública) se desatan en su verdadera esencia. Incluso los más necios son capaces de erigirse como rectos administradores de su feudo en los tiempos de prosperidad política (entiendo por prosperidad política la prosperidad o la calma política para unos pocos que ostentan el poder. El tiempo de la prosperidad política es por tanto el tiempo de las mayorías absolutas y de los absolutismos. En una democracia real y plural no hablamos de prosperidad política, aunque sean tiempos prósperos, sino de tiempos de conflicto pacífico, o dialéctica), pero sólo los más aptos para la empresa pública se muestran capaces, e incluso, a veces, sobresalientes, en los tiempos en los que la calmade la situación política se ve amenazada y se encuentra truncada por la irrupción de nuevos y mejor dotados príncipes. Bendita amenaza. Por eso este grito desesperado que le lanzo a la sociedad española: ¡naveguemos en la intemperie y no dejemos que nos seduzca la tibieza de las aguas cristalinas!
Como el guerrero que en épocas de paz, fuera de su elemento, vagabundea por la errancia de la natural condición humana confundiéndose entre los hombres y mostrándose débil entre los débiles, falible en el mundo de la falibilidad, pero que en los periodos de las crueles guerras se erige por encima de su naturaleza como hombre diferente al resto de hombres y su destreza con las armas es alabada por todos, el político pierde todas sus capacidades cuando pace tranquilo las tierras de la mayoría absoluta, viéndose no obstante obligado a su recuerdo cuando la escasez de esperanzas devasta la ciudad de lo cívico y tiene que rebuscar de entre las ruinas ideales, principios y valores que se asemejen un poco a sus propios ideales, principios y valores o que al menos no los empañen, para volver a gozar del prestigio perdido.
Y también como el guerrero que por los juegos del azar o de la fortuna falla en su empresa acoge sobre sí la derrota como a la más tierna y delicada de las criaturas y acepta su responsabilidad, adelantándose con la navaja de afeitar sobre la yugular a los suyos que se le abalanzaban con una bien cuidada bandeja de plata, así también debe el político que sucumbe ante su propia ineptitud reconocer el dolor de la caída y el sufrimiento de los caídos con él y asumir las consecuencias de tan censurable comportamiento. Porque guerrero y político comprenden que ni las guillotinas ni los guillotinadores fueron nunca
salud para su sociedad sino sólo brusca enfermedad y colérica pobreza. Guerrero y político sueñan con ver el mundo arder para contemplar los males que la ruptura guarda en su seno y que los ideólogos esconden en tremenda cuchara de palo; y tras el sueño inventan discursos y soluciones y medidas para evitar las llamas y los cientos de muertes por inhalación. Antes, guerrero y político anhelaban ver cómo ardía todo; ahora, lo único que guerrero y político pretenden es apagar el fuego que otros han iniciado.
****
Y me preocupa profundamente que las gentes se sorprendan, incluso se alarmen (lo hacen, algunos, los he visto, claman al cielo y maldicen el triste futuro de España), ante la irremediable venida de la nueva situación pactual o pactaria (aunque no tan nueva) para la próxima legislatura municipal, autonómica y, todo parece apuntar, que también nacional. Me preocupa y me desconcierta, o me preocupa porque me desconcierta. Y es que eso quiere decir que, o el hombre español está muy mal acostumbrado y muy maleducado, o que, negando a Nietzsche, es el animal de la más corta memoria. O las dos, dado que la una hacer la otra: la falta de educación cívica y de compromiso político concluye necesariamente en la pérdida de la situación histórica, es decir de la memoria. No creo equivocarme si digo que el problema es la memoria, esa memoria histórica que tanto nos escuece a los españoles y que con tanto ahínco nos empeñamos en ocultar. ¿Acaso perdiste, rudo hombre español, el recuerdo de los males de las mayorías?, ¿será quizás cierto, con los charcos de sangre aún frescos?
Ocurre que en España, en nuestra España, como escribía Tolstoi en El diablo, a quien recuerda lo viejo hay que sacarle los ojos. Porque lo viejo es lo nuevo ya escrito y nos asusta saber que los fantasmas que un día sobrevolaron nuestras tierras podrían volver a hacerlo, causando más miedo y más depravación que nunca; los tiempos cambian, pero el pasado permanece. Y en su permanencia participa del presente, anticipándose en nuestro futuro. Por eso leer el pasado desde un marco de análisis crítico y de protesta es hablar del presente y traer el futuro al claro de lo cierto.
Análisis crítico y protesta, esto es, pensamiento; leer el pasado desde un marco de análisis crítico y de protesta, esto es, pensar el pasado.
Quiero decir que lo extraño y ajeno a la política no son los ajustados repartos de concejales, procuradores y diputados y la obligada necesidad de pactos, ya sean de gobierno o ya sean puntuales, que se sigue de éstos; ni siquiera los intercambios de piropos entre aquellos que ayer tanto se odiaban y hoy se juran amor eterno (la eternidad, en política, dura sólo un instante, y a veces ni eso). No. Lo extraño, lo ajeno, incluso lo dañino para la política es todo lo contrario: la mayoría absoluta. Es el pacto y no el mando totalitario de la nación la casa de la política. Es el acercamiento y no el desprecio lo propio de los políticos. Es el diálogo y no la unidireccionalidad de las prescripciones el motor del futuro y del progreso.
Además, considero que es una sentencia falsa aquella que dice algo así como “El pepé ha perdido casi tres millones de votos estas elecciones”. Es una sentencia falsa, porque aquello que dice no es lo verdadero (en sentido lógico, oponiendo verdad a falsedad y no a mentira). El pepé no ha perdido casi tres millones de votos, porque la pérdida implica pertenencia previa y esos casi tres millones de votos ni le han pertenecido ni jamás le pertenecerán; son los conocidos como votos de castigo, votos de individuos que generalmente apoyaban a partidos distintos de éste al que ahora apoyan y que, ante la incompetencia de sus gobernantes, deciden darles la espalda y probar con una forma de gobierno distinta. El ensayo error, bien lo saben los científicos, no siempre arroja los resultados esperados. Pero de ningún modo son todos esos votos propiedad del pepé, como tampoco eran del pesoe los de la primera legislatura de Zapatero y como tampoco los eran de nuevo de los populares en la de Aznar.
Un último apunte, al hilo de la reflexión acerca de los votos del pepé. Cuando me paro (me paro: me desconcierto, entro en crisis y me paro a pensar) a analizar el perfil del votante medio del partido popular distingo tres tipos: los que no saben ni tampoco conocen, y votan engañados por sí mismos o por otros, los que no saben pero conocen y quieren saber pero sin conocer, y los que saben y conocen. Los que ni saben ni conocen son aquellos obreros, funcionarios, pensionistas o estudiantes cuyos intereses no son los intereses que la camada neoliberal de los populares y su grupo de amigos del Club de la Caza defienden, pero como no lo saben, ni tampoco conocen la profundidad del problema que se les presenta, votan movidos por ciertas seudoconvicciones, por gustos, modas o malos influjos. Los que no saben pero conocen son aquellos cuyos intereses no son los intereses de los populares, pero los conocen y conocen de la gravedad del problema y de la multiplicidad de oportunidades que podría abrirse ante ellos; no saben pero quieren saber porque conocen. Son aquellos que aspiran a formar parte del último grupo de votantes, cuya forma de actuar sea quizás la única verdaderamente justificada: los que saben y conocen. Y estos últimos que saben y conocen son aquellos cuyos intereses sí que son los intereses de los populares precisamente porque los intereses de los populares son sus intereses.
Y me temo que, si no fuese porque son candidatos electos en las listas del pepé o porque han formado parte de ellas como candidatos electos, los habría que dejarían de pertenecer al tercer o al segundo grupo para pertenecer al primero; algunos saben y conocen, pero saben y conocen porque están donde tienen que estar (vaya usted a saber por qué), y otros muchos, la mayoría, no saben pero conocen o al menos aparentar conocer.
Eduardo Gutiérrez Gutiérrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario