VIGÉSIMOQUINTO NÚMERO
Nota editor.
¿A dónde llevan las cosas de llevar cosas? ¿Tiene usted intenciones? Responda que sí, no deje huérfano el texto, y cuán gloriosas son esas intenciones, apoderándose del sentido de sus acciones y sus actos, imprimiéndose y golpeando en los pechos de los otros. Responda ahora que no, a un texto con padre le hace falta una madre, que su golpear vital carece de dirección inicial, personalmente pretendida, que es el timón el azar y nos salva de la muerte un improvisar preparado y consciente.
¿Hay libertad sin intención? ¿Es responsable un hombre de una acción que realiza sin objeto alguno? Piensen en cuando usted abre la puerta de la habitación, recién ha conseguido despegar ambas pestañas, cruza el primer pie con el pasillo, llega hasta el baño y orina. Quizá tras el primer sonido de vertido y un trato por abrir de veras los ojos uno piense qué hace ahí, cómo ha llegado y qué lo ha dirigido. Ha llegado sano, o sana, está en su sitio, quería resolver su problema urinario y lo está consiguiendo. Ahora ya es dueño de sí, se apodera de su sentido y comienza su vida. Parece que la facilidad y la naturalidad le permiten seguir soñando, meciéndose en sus pasos, recordándose en el calor que ya pierde la ropa. Pero note su libertad cuando esta es atacada, sienta la tensión por el yo, por el poder que se otorga, por el poder que se da en la relación, el poder que usted debe ostentar; eso es así. O quizá sea el querer que mece quien personifique esa libertad que tanto se ansía. Sea como fuere aquí debajo quedan los que escriben en combate, sacan a fuera su yo y lo blanden.
Veinticinco velas por panda, un solo cañón impulsando las velas. Así gritan los hombres fuera y dentro de la caverna, vuela el velero que viva y crezca.
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