De pensarse.
¿Saben eso de que uno no empieza algo porque se dice, si no tengo tiempo? Si ahora responden, claro, esa es mi vida, implacable debo contestarles, su vida es el conformismo. Y así, por la tontería, voy yo y les insulto, con lo peor que se me ocurre, con la insinuación explicita de que ustedes, los que responden, mal que respondan en bajito y hacia sí, afirman tranquilos que su vida es más pequeña de lo que la sienten por propia voluntad.
Les ahorro la inferencia y les digo, hoy trataré de hablar del tiempo y de la libertad, dos temas tan complejos e irreales que nos harán perdernos lo que dure nuestra relación actual. Comencemos destapando cartas, que se note que el velo tiene lugar simplemente porque no hay mejor manera de vender algo que dejar que el comprador imagine el producto en venta, que piense que es justo lo que quiere comprar. ¡Qué valor le ha dado a esta humanidad la curiosidad! Y, aun conociéndolo, cuanto dolor ha dejado atrás. Lo peor es que cuando uno está dolido, en el suelo y sujetándose la supurante herida y se siente violentado, pequeño y agresivo –si es coherente- no puede descargar su ira en otro, ya que descubre que al final es culpa suya. La cosa es que como seres libres y racionales podemos elegir cada paso de nuestra vida. ¡Ala! ¡Vaya barbaridad acaba de soltar el panfletario!, como ustedes quieran, no podemos elegir cada paso, vuelvan tranquilos al tutelaje, olviden la ilustración, no creo que internet se moleste. La cosa es que, gracias a todo aquel que ha sentido la llamada del tutoreo, que elogiaba Homer Simpson a su hijo, tenemos una serie de valores que no nos permiten tomar ciertos caminos. Claro, esto es un adelanto y una virtud de la razón humana. Yo quiero ser un hombre virtuoso y como tal no quiero caer en, por ejemplo, perder la oportunidad de ser bondadoso, de respetar todos los actos que me acerquen a tal fin y alejarme de aquellos que me separen o me impidan alcanzarlo. Un moral y “bonico” sálvanos del mal, amen. Vale, así, a pelo, los valores morales son autodeterminados, es decir, cada uno los elije por su cuenta –siempre y cuando el espíritu crítico no sea sólo un eslogan del racionalismo- y los mantiene, elimina o modifica según su experiencia y criterio. Así, como uno no puede autocondicionarse, puesto que la libertad, no me sigan como definición, podría ser la autoderminación consciente del sujeto, si uno se reprime a sí mismo condicionando sus deseos a unos valores pretendidamente propios no deja de ser libre. Llegado a este punto hay una pregunta que me asalta, si quiero ser libre y guiarme libremente ¿a razón de qué debo guiarme?
Bien, respondamos como se ha respondido. Pongamos, primero, la libertad como ideal de vida, es decir, que guío mis acciones hacia tal fin, busco ser libre de ser libre. Este camino es precioso y llamativo si uno se encuentra en una situación de violación directa del concepto de libertad negativa, esta se define fácilmente con dos palabras, no-interferencia. Esto es, yo soy libre mientras los demás no interfieran en mi vida coaccionando mi rango de acción. Así, si soy un esclavo puedo llevar este camino con facilidad. Ejemplos, por favor, que necesito reflexionar, bien. Echa el hombro hacia delante, subiendo el codo despacio y coloca tu mano a la altura del final de tu columna vertebral. Abre la mano y ciérrala sobre la fría cadena de acero que rodea tu cuello, tu torso y ambas piernas. Gira el cuello centrando tu mirada primero atrás, sin perder el paso, luego hacia los lados, decide tú el orden, y finalmente hacia delante. En efecto, vagamente recuerdas el despertar de esta mañana, pero ahora caminas descalzo, junto con los demás, tras varios de ellos, encabezando la marcha un par de hombres a caballo, hombres que difieren de ti en el color de la piel y en el peso del alma. Bueno, actuemos según el fin último deseado. Estos hombres han cercenado tu libertad negativa. De forma directa y fáctica han cortado, a voz de pronto, tu libertad de movimiento, de decisión de qué vas a hacer luego, incluso la decisión preciosa de qué hacer con tu vida. Perfecto, no es que me alegre por ti, pero el ejemplo nos talla a medida. Así, sin pensar demasiado, lo primero es liberarse de esas cadenas y separarse de forma absoluta de tales seres condicionantes. Lo mejor será revolverse, tratar de
huir ya y correr como sea. Estas acciones, guiadas por el fin último, no parecen acercarte al fin último, es decir, no parece que nada vaya a salir bien. Desde aquí, ese bien de que te vaya o no a salir la cosa bien no parece el bien absoluto, pero centra mi intención discursiva. Si algo sale bien, sale como quieres o esperas que salga. Ahora lo mejor que te puede ocurrir es ser libre, como si por arte de magia cerraras un segundo los ojos y ya no hubiera cadenas, estuvieras sentado tranquilo en casa leyéndome. Ahora, para nosotros, el bien es la libertad, sin ninguna duda posible. Esto es, he aquí la subjetividad moral, subjetividad, sin embargo, que no nos libera del carácter prescriptivo. Siguiendo lo que he señalado, el bien es para nosotros la libertad y esto es así por nuestra voluntad y nuestro querer, es decir, porque nuestro deseo último, fin de vida es tal libertad, sea lo que sea ésta, y nuestra voluntad se reafirma en tal deseo, guiando la praxis. Ahora llegamos al problema general de esta autodeterminación por fin pretendido como tal, la esperanza.
Al igual que si nos lanzamos a correr por el paisaje arrastrando a nuestros coencadenados, posiblemente rompiendo el grupo, repartiendo un tirón agresivo por nuestro compañeros y ganando la mayor vigilancia y peor trato de nuestros esclavistas podemos empeorar nuestra consecución del fin apoyados por la esperanza. Si, por lo que sea, no consiguen visualizar la libertad como algo en lo que volcar todas sus esperanzas, aún con esta cadena de hace diez minutos, juguemos desde otro prisma. Uno sencillo, miren ligeramente, perezosos incluso, un poco a la derecha de aquello que centre su vida ahora, sí, ahí encima de la mesa. Pues sí, es un vaso de agua, nada más habitual ni necesario. Ahora quiero que lo cojan con la mano, ¡ay!, perdonen, ahora no tienen manos, pero no se preocupen se las devolveré. Cierto es que por el tiempo y los cambios climáticos las hojas de los árboles de hoja caduca pierden su verde habitual y lo ceden a un inicial amarillo suave para un posterior marrón me caigo. ¿Han cogido ya el vaso con la mano? Sí, se las devolveré, pero antes recuerde el suave tacto del cristal contra la palma de la mano, el firme cerrarse de los dedos sobre la superficie familiar, ese brillar del cristal recortado entre los dedos, esa seguridad del que repite en lo que domina del viajar del vaso hasta sus labios, volcándose con descuidada alegría e inundando su boca. Hasta que tengan manos pueden mirar el vaso y recordar tanta felicidad, pueden mirar el vaso y pensar que en cuanto les devuelva las manos lo aferrarán triunfantes, recorriendo su redondez cristalina. Pero independientemente de que les devuelva las manos acaban de postergar su deseo, de educarlo con un futuro que de ninguna manera existe en el presente, han condicionado su vida a sí mismos, pero desde algo que no corresponde con la praxis. Este es el punto de inflexión. Quizá al exponer el problema con tan poca complejidad han pensado, si quiero beber con la mano y no tengo, siempre puedo beber mordiendo el vaso, o utilizando cualquier otra cosa. Pero son ustedes los que tienen como fin último agarrar tal vaso con la mano, nada que no sea eso corresponde con su fin vital, con la carga psicológica que corresponde a la no consecución de algo considerado como fin del camino vital.
Ahora nos encontramos con el tiempo. Este es y condiciona la existencia. Si reducimos la vida a procesos químicos estos necesitan tiempo para sucederse, para que se suceda la vida, pero ¿qué demonios es tal tiempo? Sería casi más la forma de medida del trascurso de acciones repetitivas, como el devenir de en punto en menos cuarto en el recorrido de la aguja de reloj. Este, más ahora, marca el fin de la posibilidad de realizar acciones urgentes por las necesarias, conflictos del tipo quiero seguir escribiendo pero necesito o dormir o mañana muero, o seré un hipopótamo, o cualquier justificación que nos valga. La manera en que empleen su tiempo hasta que no puedan hacer más cosas, hasta que mueran, marca su velocidad vital. Si uno desea ir muy rápido dirigirá todas sus acciones hacia aquello que quiera conseguir, en última instancia hacia su querer. Si desea menos, no tendrá tal preocupación, piensen en aquellos que antes llegaron que comenzaban catedrales que ni sus hijos verían acabar.
De contarse.
Cuenta la leyenda que la muerte y la vida están separadas por aquellos que viven y mueren. Cuenta la leyenda que lo viviente está delimitado por la vida y por la muerte.
Luego, después del tiempo, vino el fuego. Con él la carrera realizada desde el menor nacimiento hasta la mayor muerte quedó separada por el destino. El fuego alargaba la carrera de los vivientes. El fuego acortaba y daba a la muerte la carrera de los vivientes. El destino ya no definía tales carreras, pero eso no lo conocían los vivientes. Ellos abrazaron el fuego, alabando su poder. Ellos lloraron el sino de los que el fuego no pudo proteger. Ellos violaban su destino pensándole obedecer.
La vida no podía saber cómo es la muerte, pero conocía su existencia. Enviaba continuamente a los vivientes hasta ella, tratando de comprenderla. Por eso que había destino, por eso que había tiempo para marcar la espera. De la muerte ella aprendió que es paciente y eterna, que no necesita del destino pues espera, recoge y nunca jamás lo deja.
Un día cayó el sol por fuera y se llenaron de luz los interiores. El fuego se volvió medio y los vivientes se dividieron por aquellos que nacían con cabeza. La vida trató de crear mensajeros que la muerte no se guardara, que volvieran. Estos vivientes murieron y lucharon por la vida contra ella. Pero ella no los dejaba, una vez que enormes llegaban con ella se quedan.
Así el tiempo se volvió un invento y el destino una quimera. Surcada de dientes sin fuego, herida de suerte y de guerra. Estos vivientes trajeron el miedo a su preciosa carrera. La vida ya no mandaba regalos, la muerte ya nada espera y, a veces, hasta los deja.
De poseerse.
-Geometría vital-
Punto, de dos, línea.
Roto, agujero, sima entera.
Amor, miedo, mentira,
corre, abraza, desangra,
se reza, corre nuevo y llega.
Cama, sábana, calor, duerme
y sueña.
Días que se suceden
rápido, que se confunden
en la carrera, la remota
línea de ahora muerte,
de ayer carretera.
Ya no suelen correr,
ya no vuelan. Ya,
casi, llego a comprender
su enormidad eterna,
su desenvolver y desplegar
alcanzando, al último día,
a cubrir toda la tierra.
Caer no es del todo mentira,
es sólo camino de primavera
que invierno solo se volviera
si quien cae detenerse quisiera.
Un camino nada más,
con tantas esquinas como
nubes allá fuera le esperan.
Un camino sin freno ni vera,
uno del que apearse es quimera,
de dos caras y diez de dientes hileras.
Hinchado, rojo y desnudo
uno se presenta, es feliz,
nada cae porque nada pesa.
Después llega a su color,
llega el calor, la abrazada condena.
-De sentarse en el salón,
ir a la habitación y
llegar de vuelta-
Sol, calor y aparecen,
inundando la suave pradera
de árboles blandos y negros,
de piedras marrones sin arenga.
Y cuando uno se afirma
todo cobra vida y ya tiembla,
desenvolviendo en su enormidad
la mayor de las abismales grietas.
Entonces el viento lo recorre,
llena de ruido y despereza,
lo que pesa se cae,
lo que queda nada ruega.
Cuando el caos es ley de generaciones
sin cielo, ni agua, ni tierra,
todo se frena dejando que el ritmo muera,
inhalación de vacío que presenta
la vida nueva.
-La superación de los yoes-
Del dolor ya hemos hablado,
del calor, de lo que sueña,
del sopor, del sudor, de la espera.
Hablamos del ruido, del sol,
del abuelo, las alas, la primavera.
Del llorar de salón,
del amar de habitación
de madera, del volar de
sillón, del correr de la sangre
hasta su vientre, del enfrentarse
y morir de veras, del pedir
y darse a uno cuenta.
De los números que casualidad
expresan, de las letras, de
sus guerras, de ser tiranos
de una nación entera de
palabras huérfanas. De porqué
morimos todos, todo el rato,
de porque se ahoga mi vida
a la vera, de que el árbol
ya sombra nos proyecta, de que
éramos uno y ahora una
fábrica de hierro y prensa.
-Ensoñaciones-
Oí que decía sobre
los animales, sobre
la luz y la hierba
sobre mí, sobre el mundo,
sobre sí y cualquiera.
Oí que quería saltar
pero no decidía la fecha.
Oí que saltó y cuando
llegó quiso morir, en
su lugar, la acera.
Oí que yo hablaba,
oí que me oía como
que muriera, como que
con su vuelo mi sino
se llevara y yo cediera,
perdiera el pie, rodara
y volviera a ser
uno con la tierra.
Oí que estábamos cerca,
como si alguno se quisiera.
Oí que murió y
dejó atrás su manada
en la ladera.
Oí que sí, que moría
por mí y yo ni sabía
quien era.
Carlos Esteban González
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