Una mosca en los cojones


_ * _

Tumulto de emociones agolpadas,
hirientes chirridos arañan mi vientre,
estoy descompuesto, hecho harapos,
como una mustia flor empedernida.
He vuelto a ver extraños en los callejones
y frías siluetas sentadas a la orilla.
Creo haberme roto los ojos mirándolas
y haber sentido como mi piel
endurecía...

He vuelto a ver cirios rondando la noche,
espectros mudos y hombres encorvados de azuladas
melancolías...

Me han inundado sus lamentos
y sus recónditos sueños de plata,
han resonado en mi ciego cerebro;
aturdido y somnoliento me han dispuesto
para robarle al villano su sonrisa
y mostrarle al miedo sus estragos
y, como si fuera ésta mi destreza,
he suavizado mi áspera postura
desprendiendo de la carne los sucios hierros
y he vuelto a contemplar la ingenua virtud
que temía sonreír en el espejo.


A la ciudad

Colorido paisaje de luces,
artificial monumento de estrellas,
la gente se derrite en plasma
de gigantes televisores luminosos
y en las cacerolas arden plásticos
que despiden vapores de mediocridad,
el petróleo purifica las arterias,
se adhiere a nuestras carnes
y nos transforma poco a poco en máquinas,
máquinas esclavas del entorno
que adormece el instinto
y ahorca a los viejos sabios de barbas azules.

Cuando la vida cuelga de una rutina silenciosa
y se expande el espectro del hombre ciego
en las calles solo se celebran ceremonias absurdas
que apelmazan el espíritu de aquellos soñadores.

Ernesto Rodríguez Vicente

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