Pues hoy hablamos de... La exclusión racial

Andrea Villar Lamas

No es indiferente fijarnos poner hoy, desde este papel, especial observación a la
diversidad cultural y étnica que abunda en la sociedad actual. Hablo de ello desde la
mera observación, sin adentrarme en exceso en la materia y aún quedándome mucho por
saber, por lo que no se sienta, lector, ofendido .
La construcción de los límites geográficos también forma parte de nosotros, la hemos
creado (la de España, la de África, la de Latinoamérica; donde quieras mirar) pero es
aún más grave cuando basamos estos límites en lugares discriminatorios hacia nuestro
hermano/a. Digo hermano o hermana porque venimos desde una misma clase de Homo,
dotados de unos rasgos físicos distintivos – Lo que algunos llaman raza.

¿Y qué es la raza? Podríamos definirla como las características físicas del individuo,
variando ésta según el contexto y las cuestiones históricas. Donde quiero llegar es que,
según investigaciones (si no llegamos a consensuar el sentido común de algunos
individuos) la diferencia genética es mínima, por lo que si un nazi convencido, tus
argumentos se caen: es muy probable que compartas genética con el masai que vive en
una tribu en medio de la naturaleza, con “ese salvaje”. El término está en deshuso a no
ser que te empeñes en él, careciendo este de sentido.
Otra cuestión son las etnias, atreviéndome a definirlas como la población humana que se
identifican entre ellos basados en unos antecedentes, en una genealogía común,
normalmente unidos por tradiciones culturales, idioma, religiones… Todos/as tenemos
una, y pese a no ser la misma, también contribuye a la diversidad.
Nos fijamos en el resto desde el ombligo o también llamado etnocentrismo. Si el otro es
diferente a mi en cualquier ámbito de su vida cotidiana (hasta cuando se mira al espejo y
ver lo que encuentra) está expulsado del mundo, de mi territorio, de la vida. Lo tacho.
No tiene derechos más que los míos. Merece ser tratado diferente, es más, aún damos
muchos privilegios a esta gente que viene a este país a quitarnos el pan. Esas
guerras…normal, son todos unos salvajes y se pelean entre tribus, van en taparrabos.
Beben sangre. No comen jamón…pero, ¿cómo no van a comer jamón?
Y un largo etcétera de necedades de, en nuestro caso, son de un buen españolito
orgulloso y exterminador.

¿Pero de verdad alguien se ha parado a ver las causas y las consecuencias de las
acciones de estas personas? Hablo de quien sufre las consecuencias del
desconocimiento, puesto que de los primeros a pesar de no entenderlo, tampoco se me
ocurre alguna explicación para fundamentarlos.
Imagínate padre de familia. Imagínate sin trabajo y pasando hambre. Buscas, sin cesar,
recursos con los que abastecer tu vida y la de los tuyos. Emigras y, desesperado, buscas
cualquier opción, cualquiera. ¿Cómo te sientes? ¿Están justificados tus actos, no?
Atravesarías cualquier frontera, pero tu europeísmo en verdad no te pone ninguna traba.
Espera, que te cambiamos de color y no un azul turquesa, sino el color negro. ¿Te lo
imaginas? Al igual que en la situación anterior, buscas recursos para mantenerte a ti y a
tu familia, y desesperas por encontrar algo que hacer porque si no, la abulia o el hambre
va a acabar contigo. Bien. Ya no es tan fácil – Hay una jodida barrera que no puedes
pasar. Si lo intentas por mar, te van a apedrear con pelotas de goma. La libre circulación
de los individuos por el mundo… ¿Dónde? Eres diferente y has de ser tratado diferente.
 

Guerras, grandes guerras que no salen por televisión. ¿Alguien se ha parado a observar
o investigar las causas de esas guerras? Es más que una rivalidad de diferentes
poblaciones africanas. El epicentro de la cuestión es la cantidad de recursos que hay:
petróleo, coltán…oro puro, y la eterna captación para obtener los recursos, alimentada
con armamento del mundo – un negocio muy rentable para todos los países miembros y
Estados Unidos. No hace falta irnos muy lejos, España vende armamento a esos países
en guerra de lo que se lucra, pero siempre limpiamos nuestra imagen y conciencia
personal colaborando con la ONG en cuestión – de la que no descarto su labor
humanitaria necesaria y muy buena, pero en muchos casos, las campañas de ayuda
humanitaria son tan panfletaristas que nos crean una imagen asociativa de que todos
niños/as africanos = estómagos hinchados por el hambre, ayúdanos.
Desde el desconocimiento, esas fotos muchas veces son tomadas con premeditación, sin
ni siquiera preservar los derechos de imagen de la persona –es por eso que en multitud
de lugares africanos que tienen una vida “asequible” dentro de sus escasas
posibilidades, prohíben dichas fotos. El hambre existe en las zonas próximas a los
conflictos que, en parte, han sido creados por el mundo occidental aunque todos se
justifiquen en cuestiones étnicas o religiosas. Pero la verdad es que nos lo creemos muy
bien.

Y podríamos seguir con mil y un millones de motivos y situaciones de desencuentro que
alimentamos.

Su forma de interpretar la vida y las costumbres, a veces, no es tan próxima como
deseamos, pero considero que una escala monocromática de un color en este mundo de
luz y diversidad de gustos, sería estridente renunciar a ello. El saber no ocupa lugar,
dicen, y la oportunidad del mundo que se inscribe en una persona sólo puedes escoger
tú tu pase del tren que te invite a conocerlo.
Una de las bases de los actos xenófobos y discriminatorios se fundamenta en la
educación que se haya autoconstruido y recibido por parte de las figuras de crianza, de
los pares, y del contexto. Y de numerosos mitos tan bien tejidos por aquellos que no se
quieren ver desnudos. Si se defiende la libertad del individuo, esta se valida hasta la
última consecuencia y el último acto que impida que cada ser haga lo que se le plazca y,
no poniendo como excusa la diversidad cultural, pues siempre hay espacios de
encuentro para dos partes que lo desean y no se priven los derechos humanos, tan
integrados en la teoría política y tan poco puestos en práctica por los mismos de
siempre.

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