Carta editor

Cuando comenzamos, creo, había más intenciones que preguntas, había más ilusiones que
determinaciones, había más destrucción que creación. Pero al andar este camino uno acaba
encontrándose con una pregunta que parece esencial en nuestra sociedad, ¿esto para qué
sirve?
Una de las peculiaridades de esta pregunta es que para ser contestada no podemos comenzar
desde el yo, un para qué me sirve. Claro que de servir a alguien, aunque este sea uno mismo,
ya tiene una utilidad, pero ahora se trata de mostrar a otros para qué sirve, en el sentido de
para qué les sirve a ellos, o les puede llegar a servir indirectamente. Con ello uno cae en la
cuenta de que cuando hace algo, como puede serlo hacer esta revista, el valor de utilidad no
se agota sólo en la utilidad subjetiva del que produce la acción, sino en todas las consecuencias
de esa acción, las cuales siempre pueden ser consideradas como útiles por otras
subjetividades, a veces tantas que alguien no tardará en llamar a esa consecuencia una utilidad
objetiva. Estas son las cosas que suelen convencer a todos, aquellas que por las pretendidas
propiedades que presentan son tan ajenas al sujeto, en apariencia, que este acaba
considerando que el valor de verdad, de objetividad, de realidad, etc. de la cosa que sea no
depende de él, no depende de los demás que traten de contradecirlo y seguramente sea
independiente de todo hombre o mujer. Por ello, para contestar a esta pregunta inicial, he
considerado qué hacemos cuando hacemos la revista, no en el momento de producción, sino
un poco más adelante, cuando ya os llega a vosotros. Primero de todo, esta revista representa
un ejercicio de desarrollo de la originalidad del individuo. Independientemente de lo que nadie
pusiera en su artículo, al ser libre de escribir lo que se le ocurra, ya que nadie elige por él el
tema, la forma o los párrafos, frases o palabras que son más correctas. En el momento de la
escritura, el autor está proyectándose en el escrito de forma original, aunque podamos
considerarlo determinado en algún grado por su contexto, está tratando de superponerse a
todo y mostrar su voluntad, su conciencia individual y original. Para resaltar el altísimo valor de
la conjunción en una sociedad de el mayor número posible de originalidades, de
individualidades ya estuvo el señor Mill en Sobre la libertad, pero yo sólo quiero resaltar un
valor de el ejercicio de la originalidad, la lucha contra el miedo. El miedo que ahora portamos
los hombres es algo bastante inútil, por lo menos el miedo común. Si el miedo era un
mecanismo de defensa, una de esas cosas que gracias a tu información genética tu cuerpo
hace por ti, aunque tú no quieras, para conseguir que sigas vivo, se puede comprobar en los
animales, los cuales hacen cosas por instinto que suelen servir para mucho, como ladra un
perro y dentellea cuando alguien se le acercó demasiado o por sorpresa. El miedo que
nosotros portamos tiene un fuerte cariz psicológico, es aquel que aparece cuando uno va ha
hacer algo. Las dudas no son el miedo, pero le acompañan de buen grado, todo este
mecanismo que, increíblemente, desarrollamos solos cuando pensamos en hacer algo, por
ejemplo, creo que debería acercarme y hablarle, pero seguro que me sentiré mal, seguro que...
Estos puntos suspensivos quieren representar el papel que juega la imaginación en este miedo
de segunda que llevamos, ya que nadie mejor que uno sabe, y no puede expresar, cuáles son
sus mayores miedos y nadie mejor que uno puede idealizar las consecuencias de su acción de
modo que estas le aterren en grado superlativo.
Creo sinceramente que esto del miedo ha cosas que no existen, pero que nos aterran, es algo
bastante problemático, eso sin considerar su posible avance hacia fobias que ya, orgullosas,
exclamen que son una enfermedad y que por eso no depende su solución de la voluntad
directa del sujeto. Por todo ello, en esta revista seguimos golpeando todos los cimientos y
columnas de esta sociedad, para ver cuales son de verdad y cuales son huecas ideologías, así
poder sentir en el mundo de verdad, sea cual sea, y dejar ya de comulgar con que lo que
inventa el hombre transciende de este y puede dominarlo sin él. Entre otras, servimos para
enfrentarnos a nosotros mismos, después al mundo y después decirte a ti que nos acompañes.

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