La verdad es que este hecho me tiene profundamente preocupado ya que comprendido fuera de contexto no representa una habilidad, sino un grave problema. Quizá me equivoque al generalizarlo y sea sólo mi problema, pero según lo que he visto es muy común. No consigo comprender como, ya desde el camino hacia la escuela, colegio, universidad, centro de tal, ..., estoy preparado para ignorar a quien sea, teniendo en cuenta que quien sea, cuando hable ante todos, va a constituir un elemento central de la sala, un elemento muy llamativo y que además trata de captar la atención de todos de forma intencionada. Aunque pensándolo he llegado a alguna posible causa de esta deshonrosa habilidad. Primero, asistir a clase constituye una obligación, lo que significa que ir a clase, por lo menos para mí, se instala en la lista de cosas que tengo que hacer, en oposición a la lista de cosas que quiero hacer. Cuando algo ingresa en esta primera lista se carga de varios significados. Es una cosa que, independientemente de que quiera o no hacerla, debo hacer, y además con regularidad. Perdón por la reiteración pero ya tengo las dos expresiones que quería “tengo que” y “debo”, en cualquiera de estos casos la cosa que sigue a la expresión está vinculada al sujeto en sentido de obligación, está obligación puede estar legitimada por lo que sea, el Estado, una horda de nacionales, tu madre, la posibilidad de una discusión demasiado larga... pero esta legitimidad proviene del exterior del sujeto, lo que significa que su opinión sobre el cumplimiento de la misma es indiferente ya que sólo importa el valor que dé a la legitimización en sentido de responder o incumplir el compromiso. Pero ir a clase es de las cosas gordas de la lista, ya que para empezar, cumplirla requiere invertir gran parte del tiempo del que se dispone en un día y eso sin contar con los compromisos que allí se adquieren. Además es tan absorbente que ocupa un periodo amplísimo de la vida de cualquiera tanto en años, como en el día a día, las relaciones sociales que pueda tener y hasta incluso los temas de pensamiento o discusión a los que se recurre. Con todo ello, comprendo ir a clase como algo de importancia superlativa. Pero mi enfoque inicial le da un carácter negativo, ir a clase es una imposición, una coacción en el sentido de que mi libertad queda restringida puesto que independientemente de mi opinión sobre esa acción y sus consecuencias tengo que realizarla y seguramente acabe realizándola. Además debemos tener en cuenta que uno va a clase, es decir, adquiere esa obligación muy pronto y si en algún momento se cuestiona porqué su vida queda manipulada por otros de esa manera, al dividirse entre lo que hace en clase y lo que hace cuando hace lo que quiere y puede, la respuesta más profunda que llegará a comprender es porque sí. Esto lo supongo en el sentido de que creo que en edades tempranas uno no puede llegar a crearse y asimilar razones suficientes para asegurarse cada vez que trate de resistirse que hace lo quiere hacer, aunque eso conlleve hacer cosas que no quiere hacer. Y además, repito, con regularidad. Y este planteamiento es fruto de que creo firmemente que no me gusta estar en clase y creo que a muchos de todos nosotros tampoco. Con ello no digo que no me guste la educación o que no me guste aprender cosas, sólo digo que no me gustar estar en esa situación y menos, repito, regularmente.
Generalizando brutalmente podemos describir la situación como aquella en la que se da que una persona, utilizando medios diversos, trata de comunicar a un grupo algún tipo de información durante un tiempo determinado y, por lo general, sin pausas. Pero no se agota en esta descripción ya que al formar parte de ese grupo adquieres el compromiso de aceptar y cumplir los diferentes compromisos que allí se te planteen, cada día. Y todo ello sin poder decidir ni tener la posibilidad de negarse ante el compromiso inicial de ir a clase. Ir a clase, de esta manera, se constituye como un compromiso obligatorio, de obligación externa -en sentido de que uno mismo no es quien se obliga a cumplirlo-, fuente de muchos compromisos, del mismo carácter, cada vez que se trata de cumplir con él. Y esta situación crea sentimientos de rechazo en el obligado, muestra de ello es el incesante trato de subdividir el tiempo que tenemos que ocupar en cumplir con la obligación en periodos más asequibles para tratar de sentirse mejor al ir los cumpliendo y plantearse imaginariamente en el lugar del nuestro yo que ya ha cumplido. Personalizando de nuevo el caso, esto que protagoniza el artículo da lugar en mi interior a una lucha horrible, que todavía no he llegado a comprender, entre los sentimientos y pensamientos con los que estoy de acuerdo, contrarios a seguir dando lugar a la situación antes descrita, yendo a clase, y la infinidad de maneras que tengo para obligarme a cumplir con la obligación. Porque creo que cuando uno tiene que hacer y hace algo de la lista de cosas que tengo que hacer con regularidad, algo que no quiere hacer y sin que nadie lo coaccione directamente tiene que obligarse a sí mismo a cumplirlo y a seguir cumpliéndolo. Un ejemplo fácil de esta lucha, estás en la cama, después de dormir las horas que sean y suena el despertador. Analicemos a las partes, por un lado no quieres salir de la cama por, por ejemplo, que ese calor enorme te abraza y salir de esa situación consistiría una traición a tu felicidad y una violación de todas las cosas que han permitido que puedas estar así, por otro lado sabes que si no lo haces no podrás hacer todas esas cosas que tienes que hacer y que se encuentran tanto en la lista de cosas que quieres hacer (desayunar, ir al baño) como en la lista de cosas que tienes que hacer (ir a clase). Incluso, si uno tiene algo de locura en la cabeza, podemos asistir a un dialogo interno de la clase de –No quiero levantarme, estoy demasiado bien aquí, pero ya es la tercera vez que retraso el despertador y no me queda ya tiempo. Ya, pero podría dar el palo de alguna manera y seguir aquí y luego ya justificarme por no haber salido. Podría ser pero creo que voy a ir y como siga aquí más tiempo encima voy a tener que correr... El problema que quiero denunciar es que cada vez que uno cede ante la obligación, en contra de sí mismo, se dan lugar a una serie de sentimientos que no permitirán ser feliz a aquel que los arrastre y que además, debido a la regularidad con la que se repite este acto, se constituyen como un humo o un rumor sentimental que se diluye con el resto haciendo que uno esté mal y no sepa porqué, escribiendo claro. No comprendo la necesidad de que yo, al igual que muchos, pasé el inicio de mi vida en una situación tan horrible como esta y que, si tengo mala suerte y acabo trabajando en algo que permita que esta situación continúe, esté tanto tiempo en esta situación que cuando se acabe, con la jubilación no sepa muy bien quién soy y qué demonios debo hacer con mi tiempo. Pero lo peor y lo que hace que personalmente me crea incapaz de comprenderlo algún día, esta situación está ligada a la educación, a algo tan necesario, liberador, precioso y satisfactorio, el proceso de sentir curiosidad por algo nuevo y liberarla al comprender aquello que llamó mi atención. A que alguien adquiera conmigo, y con el resto del grupo, una relación tan importante que llegue a marcar inicialmente mi perspectiva frente al mundo y frente al análisis y comprensión de este. ¿Por qué narices algo tan liberador como la educación está plagado de obligaciones y coacciones? ¿Por qué algo que me gusta tanto y me parece tan necesario da lugar a sentimientos de rechazo tan fuertes? Algo estamos todos, en sentido social, haciendo fatal para que esto tenga lugar en cada uno de los individuos. Qué es esto que hacemos mal escapa de mi comprensión, pero he encontrado un posible camino para llegar a comprenderlo, cuando uno entrena a un deporte los entrenamientos e ir a entrenar constituyen una situación similar a la de ir a clase, pero el enfoque es distinto y los resultados sentimentales drásticamente contrarios. Quizá pueda ser que al saber que la obligación inicial que hace que todas las demás lo sean, la imposición de asistir a los entrenamientos, deriva de una decisión propia e, incluso, revocable. Quizá aquello de que la libertad significa autodeterminación tenga sentido pleno, no lo sé todavía. Siento no dar ninguna respuesta pero me parece importante transmitir este problema, enfocado como tal. Por si a alguien le sirve, cuando comencé a pensar en ello así escribí este poema corto:
Seré Breve.
Tengo cosas que hacer,
yo elegí el camino,
debo amanecer
y abrazar las esquinas de mi sino.
Carlos Gutiérrez Gutiérrez
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