Venid a mí palabras, oh inmortales seres cambiantes
Hacedme volar sujeto de las pinzas de vuestra mentira
Hacedme soñar con libertad, con responsabilidad y poder
Hacedme creer en lo imposible, quiero vivir entre imposibles
Sabedor de los límites e ignorante de su suprema ley
Respirando suaves vapores desde el mundo post mórtem
Renazco de vuestras cenizas, las mías tiempo ha desaparecieron.
uténtico y falso, sólo es una sutilidad caprichosa, una desgraciada coincidencia de la
vida que nos mata y nos confunde. Una diferencia de perspectivas y no una auténtica
diferencia; pero ¿Qué es lo auténtico? ¿Realmente hay algo más auténtico que la
perspectiva de cada ser? ¿Acaso a alguno de vosotros, lectores, os parece más auténtico
algún aspecto de la realidad que os sea ajeno que vuestra propia interpretación? En esa
perspectiva no sólo contamos las dimensiones, la sensibilidad, a saber, lo puramente
empírico, sino también esos pensamientos, aparentemente infinitos, derivados de los
sentimientos de cada experiencia vital. Creo que en realidad todo es auténtico dentro de
nuestras cabezas, pues lo falso es aquello a lo que nosotros le negamos su autenticidad
por causa de algún miedo, prejuicio o esperanza.
Voltaire, el hombre de su siglo, postuló un relativismo universal moderado manteniendo
el principio de armonía y la esperanza en un Dios inaccesible. En su Micromegas
amplia las perspectivas en el universo: su protagonista es un gigante espacial –
Micromegas- que emprende un viaje a través del universo hasta aterrizar en la tierra.
Previamente pasa por Saturno donde recoge a un compañero de viaje, mucho más
pequeño que él (como un niño al lado de un hombre adulto). Recorren la tierra en
apenas unas horas sin percatarse de la presencia de los hombres que no son para ellos
más grandes de lo que lo es un piojo para un hombre. Finalmente consiguen entablar
contacto con los hombres y percibir en ellos destellos de raciocinio, sólo que mucho
más imperfecto que el de Micromegas y Saturnino. El tamaño y la perfección intelectual
son directamente proporcionales, a mayor dimensión mayor raciocinio, por ello
Micromegas es un gran filósofo y pensador mientras que los hombres no pasan de ser
pequeñas polillas filosóficas. Saturnino –el habitante de Saturno- está en medio de la
escala, Micromegas suele bromear sobre su inteligencia pero aun así le estima aprecio.
Lo cierto es que no pretendía resumir Micromegas sino solamente mostrar la amplitud
de perspectivas en el universo. No obstante me pareció que valerme de Voltaire estaba
perfectamente justificado por la intención ¿Qué intención? Demostrar que lo auténtico
es una vicisitud de la existencia. El relativismo de Voltaire se restringe a este universo
en el que nos hallamos, pero no hay razón para negar la existencia de infinitos
universos. No sé si paralelos, perpendiculares o del todo desordenados pero al igual que
Voltaire confió en la existencia de un Dios que no podía entender ni discernir, yo confío
en la infinitud de la existencia. En términos que digan algo: no sé lo que existe y lo que
no y por tanto todo lo que pienso y creo es posible – corolario: soy capaz de cualquier
cosa [pero no lo sé. ¿O será que no se de lo que soy capaz y eso si que lo sé?].
Creo haber escogido un medio infructuoso para hablar sobre este relativismo universal
sobre la contingencia de lo real y lo falso, quizá debí seguir en clave poética. Para dar la
explicación más sencilla y concisa de lo auténtico, de lo real, lo significativo e
importante sólo tengo que decir cuatro palabras: Este Texto Es Auténtico. Puedo
intentar explicar el valor de lo auténtico, pero temo fracasar aun utilizando todas las
palabras del mundo en el orden preciso y correcto. Por lo tanto seré menos riguroso y
estricto conmigo mismo y me limitaré a decir lo que yo siento.
-¡Ah! Preciosos ciclos metafóricos, hacéis que me ruborice ante la infinita sabiduría que
percibo en vuestros alocados giros y bucles; mi ignorancia es hija esclava de las leyes
de vuestros laberintos de espejos y sombras retraducidos por nos en lenguaje y
comunicación. Si tan sólo mis oídos y mis labios quedaran sellados vuestra luz bañaría
como un dios el jardín de mi voluntad iluminando de visiones a esta pobre mente que se
aletarga entre rabias y estrategas. ¿Qué es más auténtico para mí que este sentimiento de
querer explicarlo todo y no poder? Pero lo cojonudamente auténtico es que si pudiese
explicar algo, podría posiblemente explicarlo todo. Dentro de los límites del Yo, del
individuo, de la conciencia o la identidad o cómo demonios deseéis nombrarlo es
imposible explicar algo sin interferencias que contaminen el contenido -¿o quizá esa
interferencia sea el milagro de la creación?- Así se cierra este ovalado ciclo.
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En el infinito todo pierde su valor y su sentido subjetivo, que es lo único que nosotros
comprendemos por mucho que ocultemos nuestras esperanzas y miedos bajo dioses
reales o paganos que doten de validez universal a nuestros pensamientos más oscuros y
nuestras emociones más pueriles.
Hay muchas maneras de abrirse al mundo, una de ellas es el pensamiento en todas sus
facetas. Creemos verdades, sabemos certezas, percibimos intuiciones, reflexionamos
ideas y organizamos nuestros pensamientos de la mejor manera posible y todo esto con
un único fin: perpetuar nuestra vida el mayor tiempo posible en las mejores condiciones
posibles. Ese es el fin auténtico de todas nuestras acciones y por tanto el mayor engaño:
al abrirnos al mundo nos cerramos a la idea de Verdad en el sentido platónico.
Lo cierto es que vivimos entre mentiras posibles y verdades inalcanzables donde el
punto medio y medida de todas las cosas es, hoy en día –pues esto no siempre fue así-,
el hombre dominado por una auto-idealización material desorbitada: el hombre que
juzga y valora aferrado a patrones comerciales inconscientes y actúa guiado por
intereses y deseos materiales conscientes pero del todo insuficientes. Esto es devaluar
bastante al hombre de mi tiempo, pero no soy yo quien lo hace, sino él mismo, la
mayoría de nosotros. Yo como mucho reparto un fanzine informativo, y decir esto es ser
presuntuoso.
Decimos que somos y que creemos en ideas, pero en realidad somos el creer esas ideas.
Somos verbos y sustantivos, abstracciones de partículas y conjuntos de límites, chispas
de energía en un flujo constante de energía, o quizá un leve destello en una nube eterna
de oscuridad. Somos todo y nada, o ninguna de las dos, o quizá las dos a la vez. Somos
lo que creemos, lo que creemos saber, lo que creemos querer, lo que creemos ser y ante
todo lo que creemos creer.
Cuanta palabrería para intentar demostrar que estoy loco ¿no?
No sé qué seréis vosotros y tampoco sé lo que yo soy, lo que sí que sé es que cuando sé
algo al rato ya no lo sé. Claro que ese rato puede ser menos de un segundo o más de
medio siglo. Me declaro abiertamente metafísico de la universalidad absoluta del
relativismo, o lo que es lo mismo maestro de la voluntad de poder del universo.
Para nacer necesitamos la casualidad de un posibilidad -y un calentón.
Llamadlo sexo - llamadlo amor: sólo extremos.
Para crecer necesitamos protección, educación y cualquier medio es válido.
Para vivir necesitamos comprender, juzgar y reaccionar
Si esto es cierto, la mayoría de nosotros no estamos vivos.
Para morir sólo necesitamos tiempo, y el tiempo como una asíntota de una función,
tiende hacia el infinito, sólo que el infinito al que tiende la dimensión del tiempo es más
real que una mera representación gráfica de nuestra mente; es mucho más: el tiempo
siempre es auténtico aun cuando nadie lo sienta, es la excepción que confirma la regla.
David Álvarez García
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