Para que por fin lo entiendan.

-O la carta del loco en el manicomio antes de morir-

Ábreme heridas en las manos
y heridas en los pies para que
ellas digan al mundo lo que mi
sucia boca,
que no merece esponja,
no se atreve a decir.
Sodomiza mi cabeza contra el
madero y no permitas ningún
movimiento ni escapismo.
Tortura mi estampa hasta convertirla
en la estampa más triste y más
decadente de todo el reino.
Que sea mi sangre la que cuente
cómo y cuándo me volví loco
(que no pregunten por el sujeto
porque es de nada y de nadie. Marx
sonríe. Propiedad podrida) cuáles son
los dolores de este loco, los siete
malditos dolores grabados a fuego en
mi espalda.
Hazlo, para que por fin lo entiendan.
Bebe de las lágrimas que resbalan por
mi mejilla y haz creer al mundo que esa,
y solo esa, es su salvación.
Que mi figura
sea por siempre
la figura de su agonía.
No busques desembocadura para este
río tan salado porque tiene la jodida
intención de arrasar con todo. Destruction.
Dibuja llagas en mi pecho y hunde en ellas
todas tus dudas;
el misterio del oráculo
que no sabía su nombre.
Que todos presagien el final de mis días
y el principio de mi muerte.
África se consume entre mis dedos.
Hazlo, para que por fin lo entiendan.

Trasmite al mundo las palabras de este
loco y no pretendas encontrar después
reconocimiento.
Dios se descojona de la risa parapetado
tras el hombro desnudo de las infancias
perdidas.
Iglesias en llamas. Sonrisas.
Que por fin lo entiendan:
Que lloren de la emoción al ver mi odio
compartido; que suelten palomas en las
plazas de los pueblos y luego las maten;
que en las escuelas cuenten cómo me
enamoré de la oscuridad; que alguien
pida amablemente que se me incinere.
Y después, cuando todos crean saber
de mi dolor y de mi odio y de mi derrota
y de mi destrucción y de mi sacrificio,
cuando crean que también es su dolor
y su odio y su derrota y su destrucción
y su sacrificio, cuando las gentes
hablen de mi como del loco que soñaba
con la creación de un mundo mejor,
cuando eso, cuando todo eso,
quema mis poemas.
Escupe sobre ellos.
Y sobre mi cadáver.
Para que por fin lo entiendan.
Para que de una puta vez entiendan
que no hay cruz en la que no sepa
bailar y menos aún aullar.
Que entiendan de una jodida vez que
ni la muerte resiste a la sed del loco.

San Sebastián resucitando sobre las
flechas.

La estética humillada por la idea.


Eduardo Gutiérrez Gutiérrez

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