“Sólo la nieve sabe la grandeza
del lobo, la grandeza de Satán,
vencedor de la piedra desnuda,
de la piedra desnuda que amenaza al hombre.”
Leopoldo María Panero.
Primer poema. Segundo poema.
Me sangran los ojos Jesús vaga por las calles desiertas
y me lloran las manos de Jerusalén, ante las burlas de
porque en el infierno de los niños y las carcajadas de las
los cuentos que hablan de viejas.
vosotros todavía no logro Jesús camina solo por la fealdad
encontrar mi nombre. de un mundo que ha deformado
Soy la pesadilla que atormenta su figura.
a las palabras y el tirano cruel Jesús llora la pérdida de esperanza
que muere entre suspiros. del hombre.
No soy. No es.
No existo. No existe.
Tercer poema. Cuarto poema.
Oh, rey de la mueca perfecta, Estoy cansado y enfadado
salvador de viejos ilustrados, por seguir siendo la marioneta
ven a mí, que en el poema te de tantos estúpidos ávidos de
invoco. poder; pero eso no quiere decir
Borra la sucia mancha que que deje alguna vez de luchar:
destroza el cristal en el que la desenVAINAré la espada que es
humanidad admira un mundo mi vida contra todos esos
que se muere. caballeros de la fe infinita que
¡Tiñe de sospecha a absolutos marchitan la rosa y se quedan con
y reales! las espinas.
¡Permite que mi cuerpo sea cáliz ¡Dios te salve, amo del
de tu sangre! espejo, príncipe de las tinieblas!
Quinto poema. Sexto poema.
Yo no soy esa que se mira delante La copa cae estúpida al suelo
del espejo. atropellando el carro burgués de
Yo no soy ese que agacha la cabeza las verdades a medias que limitan
reverenciando a sus señores que no existen. al hombre y atemorizan al lobo.
Soy el fantasma que escala la montaña La palabra cae hecha añicos por la
de excremento con una pesada piedra la comisura de mis labios -que no
sobre los hombros. son de nadie- mientras vomito
Cuidado, cuidado porque cuando corone contra la sociedad, tan hipócrita
la cima de la sangre, esa piedra será vuestro como siempre, sus mentiras
epitafio. convertidas en escombro.
Deje ya de golpearme, señor policía. Ceniza, vergüenza: belleza muerta.
Séptimo poema. Octavo poema.
El rey ha muerto. Yo, animal callejero siempre
apaleado, delirio de la página,
Suena la campana. vencedor de la piedra desnuda,
he lapidado mis ojos para no
Es una tarde gris, poder ver nada.
otoño. Ahora ya sé que el bosque está
en llamas por la incompetencia
Alguien llora en del hombre, quien en las
una esquina. infinitas posibilidades de su
libertad decidió someterse.
Ya no hay cadenas. Y llora.
Y todavía espera consuelo.
El rey ha muerto:
es un día cualquiera.
Noveno poema. Amanecer.
En el despertar de las ratas
nuestras bocas lanzarán serpientes
contra esa moral que usáis de
escudo y con la que silenciáis la
calle y maldecís la realidad.
Nuestra imaginación corre mucho
más rápido que vuestras trampas
y por eso, nunca, nunca, dejará de existir.
Aunque se lo merezca;
aunque inventemos utopías
que no dicen nada.
Decís que no sois capaces de verlas,
normal, porque no hablan de vosotros.
En el poema he besado los labios del
lobo y este me ha arañado la cara con
su miedo a la maldad del hombre.
Dejad libre su majestuosidad y la mía.
Salid de su tierra, no pienso repetirlo.
En el despertar de las ratas
los niños volverán a bailar en las plazas
alrededor de una hoguera que se
lleva lo que fuisteis (porque si nos
tratáis como a bestias, responderemos
como bestias, ¿recuerdas?) y ni
vosotros ni nadie podrá evitarlo.
En el despertar de las ratas esta asquerosa
humanidad verá por fin el sol que su propio
sol estaba ocultando durante todo este tiempo.
Eduardo Gutiérrez Gutiérrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario