El bosque del opio.


I
El bosque

En un ágil instante la luz del Sol
volviose oscura entre la espesura.
Ramas negras, tallos viejos y mustios,
laberintos de hojas a mi alrededor;
hallábame en un bosque sombrío,
sumergido en el más tétrico vergel
donde el espíritu antes cohibido
podía flotar cual lis de papel.

Susurros y tenues voces oscilaban
los corvos brazos del triste sauce.
Devotos seres en multitud dudaban,
creer no podían el desolado paisaje
que a su iluso espíritu se mostraba,
y vagaban por la selva turbados
sin ver la claridad que aspiraban
cuando al suelo estaban atados.

Un ejército de esbeltas coníferas
invadía de flores el lúgubre edén.
Blancas amapolas en la arboleda
se retorcían sangrando negra miel
que caía lenta como lluvia onírica.
Lejanos recuerdos, soplos de alegría,
llantos e historias venían a mis sueños
legándome mil tormentas de silencio...

Tras la tempestad agitose la fronda
y como un destello en las tinieblas
abriéronse infinitos claros de la maleza.
Avancé entonces por el más lozano
que a mi fervorosa ánima absorbía
hacia un mar convulso y extraño
donde el dolor sobre mí se cernía
y aquel hermoso bosque se perdía.




II
La montaña

Como el ferrocarril atado a las vías
se encontraba mi ánima a un sendero.
Muros de cera de apoyo me servían
para avanzar despacio y sin miedo
pues abrupta era la inmensa ruta
que no dejaba ver más allá del cielo.

Un silente astro iluminaba el camino
y derretía la débil cera con su fuego.
Los pasos cortos que antes daba
cada vez eran más largos y prestos,
los grandes muros caían como lava
en mi piel y en mi pensamiento.

Roto, ajado, mustio y frágil
encontrábase mi anciano cuerpo.
Desgastado en la alta senda
andaba ya sin muros ni cuerdas
y miraba con dudosos ojos
la niebla en la cumbre etérea.

¡Oh, gran montaña, cuesta eterna!
¿Cuántos firmes pasos he de dar
para llegar a tu gloriosa meta?
He viajado por tus rocosas crestas,
por tus verdes valles y tus laderas;
he gustado todo cuanto abarcas,
toda tu alegría y toda tu tristeza,
¿Qué me ocultas allí en tu cima
que cuando me acerco te alejas?




 III
El abismo

Terrible borrasca se alzaba a mi vista:
viento, nieve, hielo, granizo y frío...
Mis cercanas huellas se borraban deprisa
sin dejar seña en aquella senda inhóspita.
Había llegado a la niebla en mis sueños,
al templo dorado de pilares risueños,
al fin del monte de cuya luz fui dueño.

No es paraíso todo cuanto ves,
ni de oro y plata todo lo bueno
que de este paisaje yo pude querer
pues el cielo que toco no es cuanto fue
y ahora sin rastro no podré retroceder.

Del bello diamante al hueco espectro,
borráronse los trazos y el pincel
y como el ciego en su pobre papel
caí de aquel cuadro al ausente silencio
dejando las vías del misterioso tren.

Abismo perfecto, caída sin fin
deseo yo el tiempo dentro de ti,
mas la calma es la única cima
que por desgracia siempre termina
y el opio sin duda, otra vez, advertí
a los ojos del alma que un día sentí.

.............

Desde las hondas tinieblas
en las que el cielo se oscurece
hasta el claro sol de cada día,
no soy yo el que envejece
sino el tiempo el que me guía.

 Ernesto Rodríguez Vicente

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