El engaño de la comodidad: el punto medio.


El punto medio es un estado inhóspito, digo más, aterrador. ¿En qué consiste alcanzar el punto medio? Cambio de paradigma de la vida. La vida “real” tal y como la percibimos y sentimos los seres humanos, es una constante lucha o confrontación de fuerzas en tensión. Empírica e históricamente podemos comprobar este hecho que no sólo incluye a la humanidad, sino que va más allá de la existencia humana. Pero no pretendo en estas líneas hacer una fundamentación de los axiomas “la vida es lucha” y “la vida es cambio.” Esto es así y quién no piense igual que yo realmente creo que tiene un grave problema de visión y de interpretación. La vida: la constante tesis, antítesis y síntesis en repetición.

Pues bien, si vosotros al igual que yo veis que el desarrollo de una vida es una constante toma de decisiones (dejo de lado el tema metafísico de la libertad de elección y el determinismo), priorizando un patrón de valoración, siempre susceptible de cambiar; entonces es cuando podemos preguntarnos: ¿Qué es el punto medio? ¿En qué consiste? A estas preguntas podemos contestar de diferentes maneras, dependiendo de la perspectiva que adoptemos a la hora de responderla. Si el punto de partida de la reflexión es que la vida consiste en una tensión que la razón no puede salvar bajo ningún medio (hecho innegable desde que el hombre es hombre) entonces el punto medio consistiría en negarnos a aceptar lo que vemos. Ni más ni menos. Es la pretensión de evitar la lucha por la supervivencia, la lucha por la vida. El intento de disociar la naturaleza humana de la naturaleza misma, de escapar de todos sus procesos a cualquier nivel tal y como los conocemos. ¿Y qué es lo que nos marca ese camino de criogenización del modus operandi de la naturaleza? ¿Qué nos tienta a rechazar las cosas tal como son en pro de una unificación masiva? Pecando de reduccionista sentimentaloide me atrevería a decir que el miedo.




No puedo ni quiero negar que exista una tendencia vital a la unificación, pero quizá dicha tendencia haya sido mal interpretada por todos nuestros predecesores. Quizá esa unificación no consiste en convertirnos a todos en uno sólo; quizá y sólo quizá consista en que al final, sólo uno puede quedar en pie. Y esto como es lógico tiene una consecuencia directa en nuestra psicología: el miedo.

El miedo es el factor esencial y la causa del problema. El miedo en todas sus apariciones dentro del abanico de la existencia humana. El miedo nos hace olvidar la voluntad de superar la lucha, o mejor dicho, de vencer la lucha. Y en el lugar en el que antes estaba la felicidad del ganador se sitúa ahora la voluntad de suprimir lo que nos atenaza ¿Y cómo suprimirlo? Deteniendo todo movimiento. Si todo permanece estático y pierde su conflictividad potencial, el miedo desaparecería, no habría nada que tuviese el poder para asustarnos. ¿Pero no desaparecería también la vida? ¿No se envasarían al vacío los latidos dejando al corazón y a la mente en un estado de vergonzosa y lamentable degeneración? ¿Y no es lo que está pasando poco a poco, cada vez más intensamente? Adiós a la corriente del miedo y adiós a la corriente de la felicidad. Bienvenido Punto Medio, observa a estos cerebros enlatados, sumergidos en formol, ahora esto es la vida. El novedoso paradigma.

El justo medio…en el momento en el que dejamos de admirarlo como se admira la obra de Tolkien para admirarlo como si de un nuevo Dios se tratase, entonces estamos en peligro. El único peligro que están dispuestos a correr los cobardes…por ahora la mayoría. Pero esto puede cambiar, no pierdo esa esperanza de contemplativo indeciso. Tal vez en algún momento el hombre recuerde que a mayor dolor mayor goce. Que para ir hacia arriba es necesaria la existencia de un abajo. Y el punto medio como mucho podría ser un pequeño descansillo en la escalera. Y no nos engañemos, este camino empinado jamás estará exento de caídas, la gravedad es fuerte y nosotros pesados.

Pero, ¿no es agradable pensar que lo más bonito de la vida sería poder morir en lo alto de la cima? Ver el sol sobre las nubes que hasta ahora han sido todo nuestro cielo. El sol dispuesto a descender para siempre, para acompañarnos a la muerte. ¡Qué visión tan sublime! ¿No habrá merecido la pena el esfuerzo y el dolor? ¿No habrá sido gratificante cada calambre, cada tirón y cada caída? ¡Incluso
si no conseguimos ascender, la intención justifica la felicidad!

No podemos olvidar que la ascensión requiere esfuerzo y sacrificio; la energía y la voluntad de alcanzar el sol, incluso de ser nosotros el sol, para poder descender definitivamente con orgullo y la mirada derrochando luz. Pero pese a la belleza de esta imagen el esfuerzo y el dolor son necesariamente causas altamente potenciales de miedo y de derrotismo. El miedo hace su entrada en la escena vociferando: ¿Para qué cansarnos y arriesgar nuestra vida para alcanzar la luz cuando aquí podemos sobrevivir a condición de engañar y timar a nuestros semejantes (que no iguales)? Aquí hace frío y viento, y el sol se oculta tras un tupido velo de nieve negra…pero mejor adaptarnos a la inclemencia del tiempo en vez de superar nuestra autocompasión.

El frío nos irrita, el viento nos ensordece haciéndonos enfurecer y la oscuridad nos aterra… ¿acaso es mejor esto que morir intentando dejarlo todo atrás? El miedo opina que sí. Luego nos quejamos del miedo, de la dominación, de las injusticias y las guerras por intereses egoístas…y nosotros somos sus marionetas y sus creadores.

Deberíamos dejar el miedo atrás sin volver la vista, salir a la calle a destruir muros y campamentos oxidados. La ascensión tiene que continuar…sólo entonces podremos matarnos felices unos a otros con un egoísmo positivo. Hasta el miedo tendrá una sonrisa de oreja a oreja mientras grita “MUERTE.” Lo primero es librarnos (que no liberarnos) de quien nos quiere impedir subir a la cima. Luego que cada cual siga su camino entre mares tormentosos y bravíos; entre valles calmados y puertos de abundancia…entre amigos y enemigos… pero al menos sinceros y con el mismo destino.
David Álavarez García

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